Asombra la rapidez con la que nuestros gobernantes están haciendo realidad el supuesto derecho de unos cuantos a conectarse a internet en todas partes mediante sistemas inalámbricos como el WiFi. Y alarma que lo hagan como si desconocieran las advertencias sobre los peligros del WiFi que nos llegan desde países como Alemania, Francia, Reino Unido, Canadá, Suecia o Rusia.

Pero en Bilbao somos distintos; aquí no se tiene ningún reparo en promover su expansión con fondos públicos. Ahora cuando vamos a un concierto al Euskalduna, a una exposición en el Guggenheim o a tomar el sol con los niños en la Plaza Nueva nos obligan a soportar una buena dosis de exposición a las radiaciones de microondas. No importa que seamos niños, embarazadas, ancianos, personas con problemas de salud o electrosensibles.

Parece que lo esencial es que los adictos al portátil puedan conectarse en cualquier momento a internet. Y no se ha pensado que las personas que trabajan o viven en esas zonas irradiadas ya por múltiples antenas tendrán que soportar esa nueva carga de contaminación electromagnética procedente del WiFi. No tienen escapatoria porque las radiaciones del WiFi alcanzan un radio de 300 metros en todas direcciones penetrando las paredes techos y suelos de los edificios, incluidas las viviendas. Además las radiaciones procedentes de numerosas instalaciones por todo el vecindario se entrecruzan y forman una densa maraña de microondas multiplicando la exposición de las personas en toda la zona.

Aquí en Bilbao no importa nada de eso. Se hace caso omiso del Principio de Precaución que insiste en que si no está demostrado que es inocuo y hay evidencias de que puede ser dañino, ante la magnitud del posible daño a la salud de tantas personas, lo ético es minimizar o poner fin a la exposición a las radiaciones.

Las evidencias que asocian la exposición continuada a las microondas de la telefonía móvil, el WiFi, WiMax, Bluetooth, etc. se han acumulado en estos años. De más de 10.000 artículos publicados en revistas científicas, el 70% encuentra evidencias incontestables de efectos negativos para la salud de los humanos, animales y plantas. Además, las perturbaciones de la salud se han constatado para niveles de exposición cientos de miles de veces más bajos que los permitidos legalmente.
Y no es casualidad que ninguna aseguradora del mundo extienda una póliza de seguro a las operadoras de telefonía móvil contra posibles daños a la salud de las personas expuestas a sus microondas.

Pero nada de eso cuenta aquí; nuestras autoridades han decidido por su cuenta financiar que se haga un peligroso experimento con nuestra salud. Sólo parecen escuchar a las operadoras y sus intereses comerciales y cierran los ojos ante los estudios, evidencias científicas y epidemiológicas y toda la serie de Declaraciones internacionales de prestigiosos médicos y científicos que alertan de que estamos ante una tecnología que puede tener graves consecuencias para la salud de toda la población expuesta.

Últimamente, entre el WiFi, las torres de antenas que coronan nuestros tejados y las picoantenas camufladas en letreros luminosos, chaflanes y paredes a pié de calle, la contaminación de microondas en Bilbao alcanza niveles alarmantes. En zonas como El Arenal, el Paseo de La Ribera o algunas calles peatonales del Ensanche se han medido niveles miles de veces superiores a los permitidos en Paris, Suiza, Rusia o Salzburgo. Paseamos por calles y plazas con niveles que son ilegales incluso en la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha.

Y el WiFi ha venido a agravar la situación instalándose en nuestros centros culturales, bibliotecas e incluso plazas públicas. Las personas electrohipersensibles están ya sintiendo dolores de cabeza con breves estancias en esos “hot-spots”- nunca mejor dicho “puntos calientes”, porque la sensación es de quemazón en el cerebro-. Por otra parte, quienes no notan esas sensaciones o dolor no están a salvo de sus efectos, sólo sabrán qué fueron cobayas humanas cuando las afecciones que empiezan como dolores de cabeza, insomnio, hipertensión, pérdida de memoria, desarreglos hormonales, hiperactividad, cansancio atípico, dermatitis, etc. vayan con el tiempo dando paso a gliomas cerebrales y cánceres de todo tipo en distintos órganos, ictus cerebrales y cardiacos, alzheimer, parkinson, epilepsia, etc. , insomnio, hipertensión, etc. Para entonces ya estará clara la relación entre radiaciones de microondas y afecciones a la salud, pero para muchos ya será demasiado tarde.

Ahora lo más demencial es que se esté intentando llevar el WiFi a nuestras ikastolas, institutos y universidades. No parece que nuestros alumnos tengan ya bastantes problemas con el déficit de atención y la hiperactividad. No importa que los niños, los jóvenes y los ancianos sean los más vulnerables a los efectos nocivos de las ondas. Ya sólo falta que se les ocurra llevar también el WiFi a las residencias de la tercera edad, ´gratis et amore´.

En Bilbao nuestras autoridades no parecen haberse enterado de que la Biblioteca Nacional de París, a instancias de sus más de dos mil empleados ha decidido no instalar WiFi , de que el WiFi se ha desinstalado de las bibliotecas municipales de París porque entre sus empleados empezaban a aparecer ya las afecciones iniciales del ´síndrome de microondas´ o que hay universidades que están desmontando los sistemas inalámbricos de sus campus. Al ayuntamiento de Bilbao no ha llegado la noticia de que el Gobierno Alemán ha recomendado a la población que no instale WiFi o sistemas inalámbricos en sus casas y que protejan su salud conectándose a internet por cable. Tendremos que ser los ciudadanos y ciudadanas de esta villa los que nos movilicemos para impedir que se convierta en un lugar que los visitantes más cultos y sensatos eviten por sus niveles de contaminación electromagnética y del que sus propios habitantes tengan que huir a medida que se vayan haciendo más electrosensibles por exceso de exposición a las microondas.

EKEUKO / COVACE. SAGARRAK – Ekologistak Martxan Basauri