La Comunidad de Madrid es la región española que concentra más centros comerciales (en julio de 2003 tenía 105 que representan un 23.1% del total de los existentes en España), lo que se traduce en una densidad comercial de 370 m2 por cada mil habitantes, bastante superior a la media nacional cifrada en 208 m2 por mil habitantes. Esta ingente cantidad de centros comerciales, unida a la gran proliferación de otros tipos de grandes superficies comerciales (hipermercados, grandes almacenes, grandes superficies especializadas), promueven un hiperconsumo insostenible que provoca unos enormes impactos sobre la sociedad y el medio ambiente que van mucho más allá de los límites de nuestra comunidad.

Este hiperconsumo que generan las grandes superficies comerciales, junto con el constante bombardeo publicitario y las facilidades de pago (y de endeudamiento) existentes, provocan en el ámbito social la mercantilización de la vida y la creencia de que todo es asequible a través de la compra. Así, sobre la base de la creación de necesidades y deseos que buscan satisfacerse en el mercado, se promueve un hedonismo materialista de fuerte raigambre individualista que identifica el consumo de bienes y servicios con la satisfacción de las personas, ignorando el disfrute de placeres básicos como la buena salud, el amor, la creatividad, la simple contemplación,… Y es que las grandes superficies comerciales no buscan cubrir las necesidades vitales de la población sino vender una serie de productos y servicios sólo a quiénes puedan pagarlos. Así, mientras excluyen a los pobres, crean una estratificación social en función del nivel de consumo, generando modas y estéticas dominantes.

Desde una perspectiva ecologista, el hiperconsumo supone un empleo desorbitado de energía y materiales, con repercusiones letales para muchos ecosistemas. Este hiperconsumo se desarrolla en un mundo globalizado gracias a los suministros (petróleo, gas natural, madera, productos agrícolas,…) que los países del denominado Tercer Mundo hacen a los países ricos. Mientras las empresas transnacionales buscan de esta forma reducir los costes de producción, se causan unos costes sociales y ecológicos enormes en los lugares de producción (tales como explotación laboral por medio de salarios mínimos y duras condiciones de trabajo, deforestación, contaminación,…). Al mismo tiempo, este modelo económico mundial genera enormes gastos energéticos en el transporte de las mercancías. Además, las grandes superficies comerciales promueven el uso del automóvil entre los consumidores (contribuyendo al consumo energético de petróleo y a la contaminación atmosférica). Estas grandes superficies también incitan a la urbanización de zonas periféricas, provocando en ocasiones impactos muy negativos sobre espacios naturales. Por lo demás, el hiperconsumo sacraliza la cultura de usar y tirar, lo que repercute en un crecimiento de las basuras que en gran parte no se reaprovechan.

Si centramos ahora nuestra atención en los municipios del suroeste de Madrid, comprobamos que en los últimos años no ha cesado la proliferación de grandes superficies comerciales (inaugurándose en los dos últimos años los centros comerciales Capital M-50 en Getafe, TresAguas y Opción en Alcorcón, Madrid Xanadú en Arroyomolinos y recientemente Avenida M-40 en Leganés).

Estas grandes superficies comerciales lo único que promueven es el hiperconsumo, pero se presentan con el rostro amable de ser los nuevos lugares para la convivencia social. Sin embargo, toda posibilidad de convivencia social en estos lugares queda sometida al interés privado de los dueños y gestores de estas superficies comerciales, cuyo único objetivo es incentivar el consumo. De esta forma, se promueve la pasividad de los consumidores ante los espectáculos materiales y de servicios que se les ofrecen de antemano mientras obstaculizan su creatividad y participación activa: todo lo que se salga de la norma del consumo queda prohibido, lo que se consigue por medio de sofisticados métodos de vigilancia. Encerrados entre las paredes de los centros comerciales, alejados de todo contacto con el entorno natural, se ofrecen a los consumidores una larga serie de sucedáneos (simples sombras de la realidad), como lo es claramente la posibilidad de disfrutar de nieve durante todo el año en Madrid Xanadú, eso sí pagando por ello. Debido a su carácter impersonal y homogenizador cultural, estas grandes superficies comerciales se convierten en no lugares. No obstante, es cierto que buscando el reclamo del consumidor adoptan los tintes de otras culturas (como se aprecia en los restaurantes temáticos), pero de nuevo estamos ante sucedáneos, en este caso de otras culturas dominadas por la cultura del consumo y del dinero.

Por otra parte, estas grandes superficies comerciales, que suelen contar con el respaldo de las instituciones políticas, suelen presentarse como generadoras de empleo, aunque no se nos explique la calidad de dichos empleos ni la enorme destrucción de empleo que provoca al competir salvajemente con el pequeño comercio tradicional por medio de amplios horarios y ofertas atractivas, lo que lleva al cierre de dichos comercios (principalmente en el ámbito de la alimentación). En este sentido, para limitar el efecto de la inauguración de Madrid Xanadú sobre el pequeño comercio, la Federación de Comerciantes y Empresarios del Sur de Madrid (Fecoesur) ha presentado un recurso contra el decreto del gobierno autonómico que declaraba a Arroyomolinos municipio turístico (permitiendo la apertura comercial del centro comercial los 365 días del año). Por otra parte, las grandes superficies comerciales animan a la concentración de las empresas proveedoras (lo que suele conllevar reajustes de plantilla, que se traducen en despidos de trabajadores) al imponer sus criterios a estas empresas gracias a la enorme cantidad de ventas que consiguen, lo que les hace adueñarse de la distribución comercial, que acaba por estar en manos de oligopolios con fuerte implantación de capital extranjero (como se observa con claridad en las cadenas de hipermercados).

Respecto a las repercusiones ecológicas de estas grandes superficies comerciales, además de todas las derivadas del hiperconsumo, baste recordar los atascos que provocan especialmente los fines de semana o las 8000 plazas de aparcamiento en superficie que tiene Madrid Xanadú para comprobar cómo promueven el uso del coche. Asimismo, para reflexionar sobre el despilfarrador consumo energético de estas superficies comerciales, bastará recordar el consumo de agua y energía que exigen las pistas de esquí de Madrid Xanadú (consume más electricidad que una gran ciudad), estando situado además este centro comercial en las inmediaciones del Parque Regional del Río Guadarrama (habiéndose construido sobre un retamar con encinas dispersas a partir de la recalificación del terreno como suelo urbanizable con el complaciente empuje del anterior Consejero de Obras Públicas y Urbanismo de la Comunidad Autónoma de Madrid Luis Eduardo Cortés).

Para hacer frente a todos estos problemas sociales y medioambientales que generan las grandes superficies comerciales, no basta con el establecimiento de moratorias a la inauguración de nuevos centros comerciales, sino que es necesario que los consumidores se conciencien de los impactos que provoca su consumo y sean conscientes de la constante incitación al consumo a la que se ven sometidos con el fin de manipular sus voluntades. Por tanto, se debe potenciar un consumo socialmente responsable y ecológicamente sostenible. Para ello acabar con el hiperconsumo, potenciar el consumo local y la producción comunitaria pueden ser caminos posibles para que las futuras generaciones puedan disfrutar de este planeta.