Modelos agrícolas: situación actual y perspectivas, Revista El Ecologista nº 42, Luis Lassaletta y Mailén Rivero, Dpto. de Ecología, Universidad Complutense de Madrid.

Abandono e intensificación: de los paisajes culturales a la industrialización agrícola

Si realizamos un reconocimiento de los paisajes que cubren la Península Ibérica, podemos identificar un mosaico de actividades caracterizado por un aprovechamiento diferente de la tierra. En líneas generales, estos sistemas se ajustan a dos modelos: uno tradicional, de tipo extensivo; y otro industrial, cuyo rápido desarrollo ha ido sustituyendo al primero. A continuación evaluamos las graves consecuencias que esta sustitución está teniendo sobre la sociedad y el medio ambiente.

La agricultura tradicional de la Península Ibérica es el fruto de una interacción milenaria entre el hombre y la naturaleza, cuyo objetivo ha sido lograr la autosuficiencia y amortiguar la fluctuaciones. El resultado es un exitoso sistema seminatural e integrado que se ha mantenido en el tiempo, generando soluciones particulares y específicas adaptadas al medio (1,2). Este modelo de explotación en el que los componentes culturales y físicos han coevolucionado genera un paisaje, conocido como paisaje cultural.

Modelo tradicional

La cultura ancestral acumulada permite el establecimiento de un equilibrio dinámico que imita y mantiene los procesos ecológicos de la naturaleza, sosteniendo de esta manera el capital ecológico: humus del suelo, flujos hídricos y biodiversidad de plantas y animales domesticados y silvestres.

El paisaje agrario tradicional está formado por un conjunto de unidades heterogéneas de diferente madurez ecológica en las que se combinan distintos tipos de aprovechamiento. En muchos casos, se encuentran conectados por una red de sotos, setos, cercas de distintos tipos, rediles y amplias lindes que constituyen el sustento fundamental de la biodiversidad, además de aportar un gran número de beneficios al cultivo.

En términos ecológicos, estos sistemas realizan un uso eficiente de la energía y los nutrientes; son sistemas cerrados con mínimos requerimientos de aportes externos en los que los recursos naturales se aprovechan con gran eficiencia. Unas técnicas de laboreo adecuadas, las rotaciones, las asociaciones y una fertilización orgánica equilibrada mantienen un gran número de procesos ecológicos que aumentan la calidad del producto, aseguran la perdurabilidad y reducen el impacto sobre los ecosistemas colindantes. El mantenimiento de un suelo vivo, bien estructurado, rico en materia orgánica, nutrientes y organismos es un capital básico para el agricultor.

Por todo ello se admite que la actividad agraria tradicional ha creado una estructura rural secularmente integrada en las tramas naturales (3). Por tanto, la mayor parte de los paisajes que nos rodean son inseparables de la acción humana; en cada paisaje cualquier rasgo natural está siempre influenciado por la cultura, y viceversa.

La agricultura ha estado históricamente condicionada en España por restricciones impuestas por el ambiente físico, más acusadas en la región mediterránea, donde es usual encontrar una mezcla de uso de tierras que incluye la agricultura, la silvicultura y el pastoreo, diferentes sistemas de producción que son ecológica y económicamente complementarios. Una amplia variedad de sistemas de agricultura extensiva persiste en España a pesar de la intensificación, cuya superficie alcanza más de 20 millones de hectáreas (Mha) distribuidas en: pastizales permanentes (>5 Mha), tierras de barbecho (4 Mha) y matorrales (5 Mha), todas utilizados por el sistema ganadero, además de tierras arables no irrigadas con baja intensidad de producción de madera y herbáceas (>6 Mha) (4).

Modelo industrial

A lo largo del siglo XX se produjo un cambio paulatino del modelo agrícola que fue sustituyendo a la agricultura tradicional por una de mercado. Como puntos clave para entender este proceso en Europa están la aparición de la primera Política Agraria Común (PAC) en 1957 (a la que España se incorporó en 1986), la revolución verde en los 60 y la definitiva inclusión de la agricultura en los tratados de libre comercio en 1994.

Es muy importante conocer las motivaciones y objetivos de la PAC (principal agente de cambio); el modelo económico de mercado necesitaba, por un lado, disponer de una mano de obra abundante en las fábricas y, por otro, asegurar el suministro de alimentos a precios razonables que dejasen margen de consumo a los trabajadores. Así, los objetivos generales eran incrementar la producción, asegurar el abastecimiento y controlar los precios. Esta política ha favorecido las exportaciones pero se ha protegido de la competencia extracomunitaria mediante aranceles (impuestos de frontera que gravan las importaciones de productos).

Las consecuencias de este cambio de modelo se pueden valorar desde varias perspectivas. Entre 1950 y 1993, la población rural se redujo un 35%, porcentaje que ha seguido aumentando –el empleo agrario supone hoy día el 5,2% del total–. El campo actual se encuentra cada día más despoblado, con una ausencia de relevo generacional y una continua pérdida de servicios y prestaciones sociales. Una de las consecuencias más dramáticas de esta situación es la pérdida irreversible de un conocimiento rural no escrito, transmitido de generación en generación.

La agricultura se ha convertido en un eslabón más del sistema agroalimentario, en el que las empresas de agroquímicos, distribución y grandes superficies juegan un papel fundamental, quedando la actividad agraria a merced de la fluctuaciones de mercado y de diversos intereses empresariales. Además, por causa de las subvenciones a productos destinados a la exportación (dumping) se están hundiendo economías de producción rurales de países del llamado Tercer Mundo, ya que jamás podrán competir con productos cuyos precios se sitúan por debajo del coste de producción (5).

Para estudiar los efectos sobre el medio ambiente, hemos de separar los dos escenarios que se han generado en el campo: por un lado, las tierras menos fértiles han sido abandonadas; y por el otro, los terrenos con un potencial productivo medio o alto han sufrido un proceso de intensificación.

En la región mediterránea existe una gran variedad de sistemas agrarios implantados en áreas menos productivas que han sufrido un abandono progresivo, ya que no se ajustan a las exigencias del modelo actual. Sus bajas cuotas de producción, los excedentes de mercado y la ausencia de demanda son las causas principales del abandono (6). Los principales afectados son extensas áreas de cereal, la ganadería extensiva, olivares, viñedos y zonas de policultivo. El resultado es un incremento de la erosión y los incendios, pérdida de biodiversidad, y un deterioro y disminución de la heterogeneidad del paisaje (7).

La otra cara es la agricultura intensiva, que prescinde de los beneficios que proporcionan a medio y largo plazo unos sistemas racionales, ricos en procesos ecológicos y con bajas necesidades de entradas de materia y energía externas, optando por un modelo en el que el suelo es un mero soporte y todos los requerimientos de la planta (monocultivo) se solucionan con riego, maquinaria y agroquímicos. En muchos casos, los elevados costes de producción alcanzan el precio de venta obteniéndose como beneficio exclusivamente la subvención, con lo que queda patente la dudosa rentabilidad de estos paisajes altamente productivos.

Este modelo, en el que prima la cantidad sobre la calidad, ha generado un gran número de problemas ambientales a distintas escalas (8). Localmente, lleva a un gran incremento de la erosión, salinización y destrucción de suelos, así como a una disminución de la fertilidad y la biodiversidad. Regionalmente se produce una contaminación de ríos y acuíferos por fertilizantes y pesticidas, eutrofización de masas de agua, alteración de la red hídrica y homogeneización del paisaje. A nivel global, supone una alteración de los ciclos de algunos elementos (carbono, nitrógeno y fósforo); por ejemplo, el aumento de gases invernadero en la atmósfera (CO2 y N2O) por la oxidación de la materia orgánica del suelo y por el empleo abusivo de fertilizantes respectivamente constituye un fenómeno de una magnitud nada despreciable. A su vez, las fábricas de agroquímicos producen sobre el medio los efectos propios de la grandes industrias.

Perspectivas de futuro

La cuestionada viabilidad de estos sistemas desde un punto de vista social, económico y ambiental conduce a la necesidad de plantear nuevas estrategias que, por un lado, valoren y protejan los paisajes culturales aún existentes, y por otro modifiquen los sistemas intensivos actuales hacia modelos multifuncionales sustentables. Consideramos fundamental el reconocimiento del derecho de todo pueblo y nación a garantizar su abastecimiento alimentario de forma autónoma independientemente del juego de mercado (soberanía alimentaria). Por otro lado, habría que reconocer la gran cantidad de servicios sociales, culturales y ambientales que un medio rural vivo y sostenible aporta a la sociedad.

La búsqueda de nuevos modelos agrarios que reúnan estas condiciones requiere la implicación de un gran número de sectores de la sociedad que trabajen a distintas escalas. Es evidente que uno de los pilares básicos de cambio se ha de hacer a nivel de políticas agrarias. Es cierto que la actual reforma de la PAC supone un giro aparente que apunta hacia nuevos objetivos, como la conservación del medio ambiente, desarrollo rural y seguridad y calidad alimentarias. Sin embargo, en un primer análisis, muchos sindicatos agrarios y grupos ecologistas consideran esta reforma como un lavado de cara que, aunque mejore algunos puntos, en ningún caso frenará el dumping ni el despoblamiento del campo, pero sí profundizará en la liberalización de este sector.

En esta situación tiene una importancia crucial la creación de vínculos entre la sociedad urbana y la rural, de manera que se incremente la interacción y el reconocimiento mutuo. Para ello es necesario profundizar en la educación ambiental y en diversas actividades de acercamiento, entre las que podríamos mencionar un turismo rural bien enfocado. También se está desarrollando un gran numero de iniciativas que promueven la vinculación campo-ciudad, entre ellas cooperativas de producción agroecológica, distribución y consumo, como son Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!) o Surco a Surco, que funcionan actualmente en Madrid.

Existen diversos proyectos autogestionados de repoblación y reactivación del campo, de los que destacamos el Municipio Amayuelas de Abajo, en Palencia, que en un par de años abrirá la primera Universidad Rural de España. Por otro lado, será importante incrementar la información al consumidor acerca del origen y coste ecológico de los productos: por ejemplo, en Brasil se está desarrollando una Etiqueta de la Biodiversidad que no reconoce las buenas prácticas agrícolas, sino el incremento de la biodiversidad local asociado a ellas.

Es necesario aumentar la promoción de la investigación científica para entender las relaciones entre los sistemas agrícolas y los valores ecológicos y culturales. Destacamos también otras actividades cuyo objeto es evitar la pérdida de biodiversidad de variedades (redes de semillas) o de conocimiento cultural (diversos trabajos de recopilación de conocimiento realizados a partir de entrevistas a agricultores).

Con un aumento de la sensibilización y demanda de la sociedad, de la investigación, educación y del apoyo a las diversas iniciativas, quizás la agricultura del futuro seguirá un modelo creativo donde el hombre, con su cultura tecnológica y ancestral, pueda lograr un uso sostenible de la naturaleza.

Referencias

1. PINEDA, F.D. 2001. Intensification, rural abandonment and nature conservation in Spain. En: R.G.H. Bunce et al. (eds.), Examples of European agri-environment schemes and livestock systems and their influence on Spanish cultural landscapes. Alterra, Wageningen. pp. 23-38.

2. SCHMITZ, M.F., RESCIA, A.J., ATAURI, J.A., MARTÍN DE AGAR, P. Y DE PABLO, C. 1994. Usos agrarios y transformaciones del paisaje. Reserva de la Biosfera de Urdaibai, Vizcaya. Ecosistemas 8: 24-29.

3. BUNCE, R.G.H., PÉREZ-SOBA, M., ELBERSEN, B.S., PRADOS, M.J., ANDERSEN, E., BELL, M. Y SMEETS, P.J.A.M. (eds.). Examples of European agri-environment schemes and livestock systems and their influence on Spanish cultural landscapes. Alterra, Wageningen.

4. BEAFOY, G. 1995. The nature of Farming. Low Intensity Farming Systems in Nine European Countries. WWF, IEEP London and Joint Nature Conservation Committee (eds.) U.K.

5. BERMEJO, I. 2003. El engaño del libre comercio agrícola. El Ecologista 38: 24-26.

6. VARELA-ORTEGA, C. Y SUMPSI, Mª.J. 2002. Repercusiones ambientales de la política agraria europea. En: F.D. Pineda et al. (eds.), La diversidad biológica en España. Prentice Hall, Madrid. pp. 125-149.

7. BERNÁLDEZ, F.G. 1991. Ecological consequences of the abandonment of traditional land use systems in central Spain. Options Mediterranéennes 15: 23-29.

8. MATSON, P.A., PARTON, W.J., POWER, A.G. Y SWIFT, M.J. 1997. Agricultural intensification properties. Science 227: 504-509.