La alimentación está dejando de ser un derecho humano para convertirse en un negocio.

Gloria Martínez, periodista, y Gustavo Duch, coordinador de la revista Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas. Revista El Ecologista nº 70.

A menudo se denomina como ‘crisis alimentaria» a realidades muy diferentes, como las hambrunas, la especulación con los alimentos, los envenenamientos originados por la agricultura industrial o el acaparamiento de tierras en países del Sur. Pero una cosa es clara: todos estos problemas están originados por el modelo económico y por la agricultura industrial. Y la alternativa también es resulta evidente: más soberanía alimentaria y agroecología.

Algo no va bien cuando el diccionario –o nuestro uso del mismo– se queda sin recursos. Al drama de levantarse por la mañana, cada mañana, y no saber qué vas a poder comer tú y tu familia, lo llamamos crisis alimentaria. Cuando comer pepinos, brotes de soja o carne de cerdo puede –dicen– causarte una indigestión, lo llamamos crisis alimentaria. Y si de la noche a la mañana, por arte de birlibirloque, los precios de la canasta alimentaria suben por las nubes, a eso… ¿cómo lo llamamos? Pues sí, crisis alimentaria evidentemente.

Un embrollo semántico por falta de lucidez. El capitalismo es lo que tiene, que nos latifundiza los conceptos y los disimula creando el eufemismo único: crisis alimentaria para no tener que sonrojarse hablando de hambre, pérdida de soberanía alimentaria, especulación, envenenamientos industriales…

Las crisis alimentarias, cualquiera de estas, no son algo coyuntural. Si realmente se quiere entender el porqué, se debe analizar el contexto en el que se producen para desvelar las causas importantes, las estructurales. Dejar de mirar el dedo que apunta a la luna. Afrontar que desde la instauración de la globalización capitalista y el consecuente desmantelamiento de las políticas agrarias y alimentarias, el empobrecimiento es de carácter estructural. La alimentación dejó de ser un derecho humano para convertirse en un negocio, y el hambre, las intoxicaciones y los encarecimientos explotan sin control.

Pérdida de la soberanía alimentaria

Estas crisis no se habrían alcanzado sin las políticas destructivas que desde hace años han provocado que muchos países produzcan para exportar, en detrimento de su mercado nacional y su campesinado local. Se destruyeron las producciones nacionales de alimentos forzando al campesinado a producir cultivos comerciales para compañías multinacionales, mientras que a su vez esos mismos países debían comprar sus alimentos a estas multinacionales en el mercado mundial.

Tres claros ejemplos.

  • México, después de 16 años del NAFTA (Tratado de Libre Comercio de Norte América), ha pasado de ser exportador a dependiente de maíz. Hoy en día, México importa el 30% de su consumo de maíz y –evidentemente– los precios del producto ya no dependen de variables nacionales. En 2007 los precios del maíz se dispararon hasta niveles muy altos y provocaron la así denominada “crisis de la tortilla mexicana”.
  • Hasta 1992 la agricultura campesina indonesia abastecía de soja al país. Pero cuando el país abrió sus fronteras a los alimentos importados, la soja barata de EE UU inundó el mercado. Se destruyó la producción nacional y actualmente el 60% de la soja que se consume en Indonesia es de importación. Los precios récord de enero de 2008 de la soja de EE UU condujeron a una crisis nacional, cuando el precio del tempeh y del tofu –la carne de los pobres– se dobló en pocas semanas [ ].
  • Según la FAO, el déficit alimentario [1] en el oeste de África aumentó un 81% en el periodo 1995-2004. La importación de cereales creció en ese periodo en un 102%, la de azúcar en un 83%, la de productos lácteos en un 152% y la de aves en un 500%. Sin embargo, de acuerdo con el FIDA [2] (Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola) esta región tiene el potencial de producir alimentos suficientes. La Unión Europea forzó a los países de la ACP (países de África, del Caribe y del Pacífico), al llamado Acuerdo de Colaboración Económica, para liberalizar el sector agrícola con efectos adversos predecibles para la producción alimentaria.

Son solo algunos ejemplos que muestran como el avance del sistema internacional de comercio y cada uno de los acuerdos de liberalización que se firman, son un paso más en la pérdida de la soberanía nacional en materia alimentaria.

Codicia por la tierra

Una falta de soberanía alimentaria que está creciendo los últimos años por el fenómeno del acaparamiento de tierras. El apropiamiento de tierras para fines agroindustriales (agrocombustibles, cereales para piensos, etc.) ha venido observándose desde 2008 cuando nuevos inversores empezaron a controlar tierras agrarias en Asia, África y América del Sur. En un primer momento, se justificó bajo la premisa de que esas tierras las necesitaban para lograr la seguridad alimentaria de sus países de origen. Sin embargo, pronto se evidenció la entrada de bancos inversores, grupos privados de capital o fondos económicos y similares que sabían que podían ganar mucho dinero en la agricultura, teniendo en cuenta el alza en los precios de los alimentos.

Según informa GRAIN “han cambiado de manos –o están en proceso de hacerlo– más de 40 millones de hectáreas, más de la mitad en África, por un valor estimado de más de 100.000 millones de dólares. En casi su totalidad, son tierras fértiles con acceso a riego”.

“Como consecuencia de estos procesos –explican– las nuevas personas y entidades propietarias de las granjas y fincas agrarias son personas gestoras de fondos privados de capital, operadoras especializadas en fondos de tierra agraria, fondos de pensiones, bancos, etc. Lo que buena parte de la ciudadanía de a pie no sabemos es que parte de los dólares o euros empleados para este acaparamiento son los ahorros para la jubilación de colectivos de maestros/as, funcionarios/as y trabajadores/as de países como EE UU o Reino Unido, por lo que dichos colectivos están directamente involucrados, lo sepan o no, en estos procesos”.

El acaparamiento de tierras fuerza a miles de campesinos y campesinas al desplazamiento de su modo y medio de vida, la tierra.

La crisis de los precios

Como hemos visto sin soberanía alimentaria hay una tremenda vulnerabilidad al flujo de los precios de los alimentos. El aumento de los precios arrastra a millones de personas a la pobreza, paradójicamente muchas personas expulsadas o abandonadas por este modelo agrario global e industrial. El Banco Mundial expuso que el alza de los precios sufrida desde julio del año pasado, 2010, ha llevado a 44 millones de personas a la pobreza, y si nada cambia estas tendencias las cifras podrán ser más graves.

Dentro de este contexto, con la pérdida de soberanía alimentaria, dos son, a entender de los análisis más competentes, los motivos que provocan el actual aumento de precios de las materias primas: la especulación de los fondos de inversión y similares en estos bienes y el aumento del consumo de granos para los agrocombustibles.

La falta de rentabilidad monetaria en otros sectores (deuda pública, sector inmobiliario, etc.) ha provocado un trasvase de los fondos de inversión hacia el mercado de futuros alimentarios. Un contrato de futuro es un acuerdo que obliga a las partes contratantes a comprar o vender un determinado número de bienes, a un determinado precio, en una fecha concreta. Estos contratos saltan de las manos de las partes hasta el parquet de la bolsa, donde se negocia con ellos, no con los productos en sí.

De hecho muchos de estos contratos de futuro no tienen por qué ejecutarse. La mayor parte de ellos son acciones especulativas que se venden o compran en función de las previsiones de oferta y demanda. Una supuesta alta demanda será siempre el tractor que llevará hasta las nubes al precio de futuras e imaginarias cosechas. Hay que denunciar claramente como la demanda también se construye falsa y artificialmente: “las cosechas son malas”; “la sequía ha sido muy importante”; “los países emergentes demandan más carne”… son mensajes tendenciosos de profetas con corbata. Un estudio de Lehman Brothers de 2008 cifraba que desde 2003 el índice de especulación de las materias primas se había incrementado un 1.900%, de 13 a 260 billones de dólares [3]. De tal importancia es este factor especulativo que según la Eurocámara, es responsable de un 50% por ciento del aumento de los precios.

¿Quién gana?: las empresas de inversión y especulación y las empresas que controlan el suministro de las materias primas. ¿Quién pierde? los países que han aumentado su dependencia de las exportaciones a causa de la pérdida de soberanía.

La otra causa señalada del aumento de precios, es el aumento de consumo de materia prima para los agrocombustibles con la evidente competencia entre ellos y los comestibles. La producción de etanol (se extrae a partir de la remolacha, caña de azúcar, sorgo, cebada, trigo, yuca y maíz) en los últimos años se ha multiplicado por cinco. Mientras que el aumento de la demanda de cereales para consumo humano ha sido armónico durante los últimos años, ha crecido vertiginosamente su uso como futuro combustible. Solo en EE UU, durante 2010, se destinó el 35% de maíz al consumo nacional de bioetanol. El dato es importante porque dicha potencia cosecha el 40% de la producción mundial, lo que significa que solo con datos de EE UU, el 14% del maíz mundial se dedicó a la alimentación de coches.

Pero mayor es el riesgo que genera –también como factor especulativo– la dedicación de más tierras a su producción. Son muchos, cada día más, los ejemplos que pueden darse. Uno lo encontramos en Nigeria, país que pretende que su producción de yuca sea destinada a la producción de bioetanol. Lo mismo sucede en la India con la producción de sorgo [4]. Según se refleja en un estudio de Africa Biodiversity Network, se pretende transformar un tercio de la selva de Mabira (la mayor reserva natural de Uganda) en una plantación de caña de azúcar para la producción de etanol. Proyectos similares se quieren llevar a cabo en Tanzania, Zambia y Benín.

Son muchas las voces que denuncian desde hace años este apropiamiento de tierras fértiles para la producción de agrocombustibles. Una de esas voces es Food First. Esta ONG norteamericana denuncia que en los últimos tres años la inversión de capital de riesgo en agrocombustibles ha aumentado ocho veces. La conversión de tierras (expulsando violentamente de ellas a las y los campesinos en muchas ocasiones) para estos monocultivos está generando inflación, pérdida de biodiversidad, dependencia alimenticia y pérdida de la soberanía alimentaria.

Según un informe confidencial del Banco Mundial publicado por The Guardian [5] “sin el aumento de biocombustibles, el maíz y el trigo global no se habrían visto reducidos apreciablemente y los aumentos de precios por otros factores habrían sido moderados”.

“¿A quién alimentar primero, a los camiones o a la gente?” se preguntaba Flavio Valente, de FIAN-Red de Acción e Información Alimentos Primero. La cada vez mayor demanda de combustible automovilístico no solo está expulsando a miles de campesinos de sus tierras sino que, además, les está condenando a la hambruna aumentando el precio de los alimentos.

La crisis invisible

Detrás de estas crisis alimentarias, y aunque no lo pareciera, se esconde otra crisis planetaria, la crisis climática. La cadena agroalimentaria moderna es adicta al petróleo, se necesita en la fase de producción (mecanización, riego, fertilizantes, productos agroquímicos), en la del transporte (en 10 años el flujo de alimentos ha crecido un 66%) y en la fase de distribución (alimentos envasados, refrigeración, etc.).

Según los datos más habituales este modelo de agricultura industrial y globalizada es responsable de un 30% de todas las emisiones de gases con efecto invernadero provocadas por los seres humanos, y asciende hasta un 44-57% según cálculos más completos de la organización GRAIN.

Si Lester Brown vinculaba en Foreign Policy, la erosión del suelo, el agotamiento de los acuíferos, la pérdida de tierras agrícolas, el estancamiento de los rendimientos de los cultivos en países avanzados, a eventos relacionados con el cambio climático, nos encontramos ante una espiral peligrosa: la agricultura industrial calienta el planeta y un planeta caliente perjudica a la agricultura.

Conclusión

Como ha quedado expuesto entre los principales factores que desencadenan la crisis de precios alimentarios actual, no aparece la habitual cita que señala la falta de alimentos. De hecho hay más alimentos que nunca. Oliver de Schutter, relator especial de Naciones Unidas para la Alimentación, asegura que hay alimentos para todos pero que es necesaria una mayor transparencia en los mercados.

Decir que hay que aumentar la producción es el argumento clásico que conocemos para justificar, entre otras cosas, el uso de semillas transgénicas o la intensificación de la ganadería. Pero como hemos visto, también los especuladores apuestan por la escasez aumentando artificialmente los precios. ¿Entendemos por qué nos dicen que faltan alimentos?

Es evidente que el mercado no puede autoregularse, que la mano invisible no existe y si existe no atina. El hambre es un problema político, y lo mismo podemos decir de las otras crisis alimentarias. Es necesario dejar de apostar por un modelo agrario basado en el libre comercio y la exportación para hacerlo por otro que garantice la soberanía alimentaria de sus pueblos.

Notas

[1] Déficit alimentario: diferencia entre las necesidades alimentarias internas de la población de un país calculadas a razón de la cantidad de calorías necesarias para cubrir las necesidades nutricionales y la cantidad de alimentos producidos a nivel interno. A escala internacional estos índices se calculan sobre la base de la Encuesta alimentaria y nutricional. Una encuesta que la FAO promueve entre los países para poder elaborar sus informes anuales.

[2] FIDA. Informe sobre la situación de la producción agrícola 2007. www.fida.org

[3] Paul Waldie, “Why grocery prices are set to soar”, Globe and Mail, Toronto, 24 abril 2008.

[4] Bilal Paladini San Martín, www.minmineria.cl/img/fao.ppt