Los tiburones son unos grandes depredadores marinos que juegan un papel vital en la salud y el equilibrio de los océanos. Al estar situados en lo más alto de la pirámide trófica, el declive de sus poblaciones está provocando graves e impredecibles desajustes en los océanos de todo el mundo. Pero los peligros que acechan a estos peces no se reducen, sino todo lo contrario.

Los tiburones son unos peces de esqueleto cartilaginoso, por lo que también se conocen como condrictios. Tienen unas características que los hacen fácilmente reconocibles: mandíbulas protráctiles, con hasta 3 hileras de dientes operativas (en caso de tenerlos); 5 a 7 hendiduras branquiales abiertas al exterior; cuerpo más o menos alargado; aletas flexibles a la vez que resistentes; y una piel ensamblada de dentículos dérmicos de alto rendimiento hidrodinámico.

Desempeñan un papel vital en la salud y el equilibrio de los ecosistemas marinos. También suponen un gran aporte proteico para las poblaciones costeras más humildes. Al mismo tiempo son generadores de turismo –el aprovechamiento que aporta mayor riqueza para las comunidades aledañas de las aguas donde viven–, además de ser un tesoro de la evolución.

Al estar en lo más alto de la pirámide trófica, como superdepredadores que son, la desaparición tan súbita y repentina que están sufriendo tiene repercusiones muy fuertes en la estabilidad de todo el ecosistema marino, alterándose el equilibrio logrado tras millones de años de evolución y maduración entre todas las comunidades marinas de los océanos. La dinámica que se genera es la siguiente: al eliminar a un gran número de grandes depredadores, se produce un considerable aumento del número de subdepredadores, que a su vez causarán estragos en el siguiente nivel inferior de la cadena trófica y así sucesivamente. Se origina, pues, una profunda variación de las proporciones de los diferentes eslabones tróficos, lo que genera una estructura inestable y muy desajustada respecto al estado de equilibrio inicial. Esta situación ya está provocando un amplio espectro de graves e impredecibles efectos secundarios. Como ejemplo, se ha detectado una disminución alarmante de bivalvos y langostas de algunas áreas geográficas donde antes abundaban debido al aumento de sus depredadores, cuya población ya no se encuentra regulada por la desaparición de sus máximos depredadores, los tiburones.

Dichos sucesos, al producirse de manera tan rápida y antinatural, rebasarán la capacidad de los océanos de todo el mundo para reajustarse generando un nuevo equilibrio. De hecho, se necesitaría un periodo de tiempo muy largo, tal y como ocurrió anteriormente con los reequilibrios tras las diferentes extinciones masivas a lo largo de la historia de la evolución.

A todo esto, hay que añadir el papel de doctores de los tiburones. Estos peces eliminan del sistema trófico a los individuos más débiles y enfermos, cuyas poblaciones se verán reforzadas al perpetuarse los genes de los más fuertes. Desempeñan así, de manera natural, un papel directo y fundamental en la salud y el mantenimiento de la biodiversidad de nuestros mares.

Una compleja biología

Los tiburones se encuentran en una gran variedad de hábitats, cercanos a la costa, en mar abierto y en los abismos de las profundidades. Podemos distinguir tres tipos de especies según su nicho ecológico. En primer lugar, las especies pelágicas –viven y se alimentan en aguas abiertas– que a su vez se dividen en especies epipelágicas (hasta 200 m de profundidad), mesopelágicas (de 200-1.000 m de profundidad) y batipelágicas (de 1.000-4.000 m de profundidad). En segundo lugar, las especies demersales, que son las que viven cerca del fondo o acuden a él para alimentarse. Y por último, están las especies bentónicas, que sólo viven y se alimentan sobre el fondo o muy cerca de él.

Están distribuidos desde los trópicos hasta las latitudes altas, pero quizás sean más abundantes en los trópicos que en los mares polares. La temperatura constituye la clave de la distribución de las distintas especies. Sólo algunos tiburones (familia de los Lámnidos: marrajos, tiburón blanco…) presentan homeotermia –capacidad para mantener la temperatura corporal independiente a la del medio que les rodea– lo que les permite colonizar una mayor variedad de latitudes geográficas. Pero la mayoría de los tiburones son poiquilotermos, y por tanto dependientes de la temperatura del medio exterior, lo que restringe su área de distribución. De este modo, según el tipo de área geográfica en la que nos encontremos podremos tener en una misma zona una estratificación en la columna de agua de diferentes especies según el rango de temperatura al que son afines. Así por ejemplo, podemos encontrar en una zona tropical especies de aguas calientes en la zona superficial y por debajo especies de aguas templadas, seguidas en las zonas más profundas por tiburones propios de aguas más frías.

Por otro lado, se desconocen muchos datos sobre los hábitats y desplazamientos de la mayoría de las especies de condrictios. No obstante, se van descubriendo cada vez más especies sociales que viven y cazan en grupos. Incluso los tiburones solitarios se encuentran para aparearse en los territorios de caza, desarrollando complejos sistemas de señales y comportamientos para minimizar conflictos y estructurar las interacciones sociales. Muchos tiburones pasan la mayor parte de su vida en grupos unisexuales, agrupados también por edades, hasta llegar a la edad de la madurez, momento en el que pueden encontrarse con miembros del sexo opuesto una vez al año para aparearse. Las crías suelen hallarse en zonas de crecimiento o desarrollo, lejos de la seria amenaza que suponen los adultos, los juveniles se reúnen en grupos, los machos adultos se encuentran juntos y las hembras pueden dividirse en grupos de hembras preñadas y no preñadas.

Los modelos migratorios tienen una gran complejidad, variando sus rutas según sean animales maduros o inmaduros, machos o hembras. Las migraciones suponen un enorme gasto de energía y están motivadas por dos grandes razones: las relativas a la alimentación –migraciones tróficas– y las relativas al ciclo reproductivo –migraciones reproductivas para apareamiento, gestación o dar a luz–. Ambos tipos de migraciones pueden ser verticales u horizontales. Las rutas horizontales atraviesan con regularidad las cuencas oceánicas –más frecuente en machos que en hembras–, y para añadir aún más misterio a su estudio y comprensión, no son siempre anuales. Dichas rutas pueden tener un sentido latitudinal, longitudinal o mezcla de ambos, en función del tipo de motivación a la que obedecen en cada caso y al rango de temperatura que son capaces de aguantar, resultando claramente aventajadas las especies homeotermas, que son las más cosmopolitas.

Estudios de marcado han demostrado que las especies de tiburones con ciclos reproductivos bianuales presentan también modelos migratorios bianuales, acudiendo a sus territorios de cría cada dos años para dar a luz. Las hembras permanecen poco tiempo en zonas someras para parir a sus crías –en el caso de ser especies ovovivíparas o vivíparas aplacentarias– o para realizar la puesta de huevos –en las especies ovíparas–. El oviparismo es menos probable, ya que en general los procesos migratorios tienen como protagonistas a los tiburones pelágicos, de mayor tamaño medio. Y, a menudo, a mayor tamaño se corresponde una mayor capacidad de desplazamiento, puesto que los individuos grandes resisten mejor las inclemencias y la dureza de la navegación oceánica, y también la capacidad de concebir a sus crías vivas.

Tiburones en peligro

Hoy por hoy, más de la mitad de los tiburones que hay en alta mar están en peligro de extinción, según un estudio realizado por el SSG (Shark Specialist Group) de la UICN. Las principales amenazas de estos peces son:

  • En una mayor medida, la sobrepesca a la que están siendo sometidas las diferentes poblaciones de estos singulares animales. Se puede distinguir entre pesca comercial accidental –muy dañina cuando se realiza a escala industrial con palangres de superficie y de fondo o con redes de deriva–; la pesca comercial objetivo, actualmente mucho mayor debido al finning –de la palabra inglesa fin, aleta, consiste en cortar sólo las aletas de los tiburones y lanzar el resto del animal al mar–; y la pesca deportiva, de mucho menor impacto.
  • Su biología reproductiva más cercana a una estrategia de tipo K, esto es, basada en un crecimiento lento, una maduración sexual muy tardía, escasa fecundidad –reducido número de crías–, largos períodos de gestación, supervivencia natural (para todos los grupos de edad) y longevidad elevadas. Esto da como resultado un bajo potencial reproductivo y una baja capacidad de incremento de la población para muchas especies, haciéndolas muy vulnerables a la presión pesquera.
  • La pérdida del hábitat, la degradación ambiental y la contaminación. La presión que ejerce el rápido desarrollo urbanístico e industrial –numerosos puertos y tráfico pesado, el turismo masificado, contaminación por metales pesados y pesticidas, etc.– han acabado provocando una fuerte degradación del litoral, lo que resulta crítico para las zonas de freza y cría. El incremento de efluentes y basuras ha provocado una modificación de la calidad de los hábitats marinos. Al mismo tiempo, la flota intensiva de arrastre de fondo reduce la complejidad de los hábitats bentónicos, afectando a la epiflora y epifauna y reduciendo la disponibilidad de hábitats adecuados para predadores y presas. La contaminación puede llegar a las fuentes de alimento, concentrándose en los animales situados en la parte superior de la cadena alimentaria, como es el caso de los tiburones, con graves efectos sobre su fisiología.

Tradicionalmente, los tiburones eran considerados una captura incidental en las pesquerías de especies altamente migratorias como el atún y el pez espada. Esto ha cambiado. Los tiburones pelágicos ahora son, además, una especie objetivo de las flotas palangreras de superficie de la Unión Europea. Las cifras son alarmantes, la regresión de las poblaciones de tiburón mediterráneas desde el siglo XIX ha sido de un 96 a más de un 99%. Actualmente, 110 de las 547 especies de peces cartilaginosos se encuentran amenazadas de extinción en la Lista Roja de la UICN. Según las distintas fuentes, se capturan entre 73 y 200 millones de tiburones al año, muchos de ellos sólo para utilizar sus aletas para hacer sopa. Como siempre ocurre, este lucrativo comercio no repercute directamente en la economía de los pescadores más desfavorecidos, pues mientras un pescador en la India gana sólo entre 6 y 12 € por kilogramo de aleta de tiburón, un plato de sopa (que requiere menos de 15 gramos de aleta seca) puede costar en un restaurante de Hong Kong más de 100 €.

Europa tiene un papel líder en la sobrepesca y en la merma de los tiburones en el mundo. A pesar de disponer de instrumentos de control y de la creciente preocupación ciudadana, las restricciones existentes en la UE sobre la captura de tiburones para cortarles las aletas siguen siendo unas de las más permisivas y débiles del mundo. Las empresas europeas capturan tiburones en los océanos del mundo al amparo de diferentes marcos legales gestionados por la UE y por medio de joint ventures, ondeando banderas extranjeras o de conveniencia fuera de cualquier control. Estos marcos legales ofrecen una mala gestión, o ninguna en absoluto, a las pesquerías de tiburones. 200 palangreros de superficie europeos operan en los océanos de todo el mundo y, por tanto, la UE es en buena medida responsable del control de las capturas y de evitar la sobrepesca de los principales depredadores del océano.

España es uno de los líderes mundiales de exportación de aletas de tiburón, siendo a la vez el mayor proveedor de los mercados de Hong Kong. La flota española que se dedica a la pesca de tiburones es muy grande y opera en todo el mundo, por lo que está contribuyendo gravemente a la desaparición de muchas especies. En aguas españolas son habituales las capturas de marrajo (Isurus oxyrhinchus), mielga (Squalus acanthias) y tintorera (Prionace glauca). En el Mar Cantábrico es la flota vasca la que ejerce una mayor presión pesquera, comercializándose en sus lonjas –con la de Ondárroa como la más importante– más de 2.000 toneladas de tiburones y rayas, que en su mayor parte se destinan a Andalucía y el Mediterráneo, donde goza de una gran popularidad el consumo del marrajo.

En el Mediterráneo, todas las amenazas anteriormente citadas se intensifican, junto con la naturaleza semicerrada del MareNostrum, acelerando el declive de las poblaciones, que ven mermar su abundancia, diversidad y área de distribución. No existen pesquerías pelágicas en el Mediterráneo específicas de tiburones oceánicos migratorios, ya que no hay suficiente stock para hacerlas rentables. Sin embargo, la emergente pesca con palangre de especies de gran valor comercial supone una gran amenaza como captura accidental. El uso de redes de arrastre bentónicas se ha incrementado tanto en las plataformas como en sus taludes continentales durante los últimos 50 años. Mayor intensidad pesquera y artes de pesca más desarrolladas tecnológicamente han provocado un descenso en muchas especies de condrictios, capturadas por arrastreros en el noroeste del Mediterráneo. Varias especies demersales se pescan para uso comercial mientras que sólo unas especies pelágicas son comercializadas.

Marc Aquino Baleytó. El Ecologista nº 59