En 1999 el gobierno británico encargó a un equipo de investigadores independientes un estudio de las repercusiones de los cultivos transgénicos resistentes a los herbicidas sobre la vida silvestre, con el fin de disponer de datos fiables para su evaluación. La conclusión de estas investigaciones ha sido que el empleo de herbicidas “totales” (no selectivos) asociado a estos cultivos supone la desaparición de especies vegetales que sirven de refugio y alimento a numerosos insectos, afectando también a las aves y a pequeños vertebrados que dependen de estas plantas e insectos.

El estudio, llevado a cabo en 266 campos experimentales en todo el Reino Unido, ha sido el más amplio realizado hasta la fecha en todo el mundo. Los primeros resultados se publicaron en octubre 2003 y revelaban una disminución significativa de la diversidad biológica silvestre en los cultivos transgénicos. Solamente se registró un aumento de diversidad en campos de maíz resistente a los herbicidas, debido a que se había tomado como referencia cultivos convencionales tratados con un herbicida muy agresivo, el atrazine, prohibido actualmente en la Unión Europea. Los nuevos resultados, publicados el 22 de marzo por la Royal Society, han confirmado el impacto ecológico negativo de estos cultivos, poniendo en evidencia una notable reducción de determinadas especies de plantas y del número de abejas (a la mitad) y de mariposas (a las dos terceras partes) presentes en los cultivos transgénicos estudiados y su entorno inmediato.

Las variedades manipuladas genéticamente resistentes a los herbicidas toleran la utilización de herbicidas de amplio espectro, que eliminan todo tipo de plantas salvo el propio cultivo (resistente). Ello permite a los agricultores utilizar herbicidas no selectivos a lo largo de todo el ciclo de cultivo. A la larga, la siembra de estas variedades significa que se incrementa el uso de herbicidas, como se ha demostrado en Estados Unidos, y que los productos utilizados son más dañinos en términos ecológicos, eliminando una vegetación silvestre (las “malas hierbas”) que da cobijo y alimento a insectos que pueden ser beneficiosos, y afectando también a otras especies. Por otra parte, el cultivo a gran escala de estas variedades está provocando la aparición de malezas resistentes a los herbicidas utilizados, un hecho constatado que en Estados Unidos empieza a alarmar a los propios agricultores.

Según los últimos datos de la industria biotecnológica, la superficie mundial de cultivos transgénicos resistentes a los herbicidas asciende a 65,3 millones de hectáreas, suponiendo el 80% de la superficie total de cultivos transgénicos. Su expansión no ha contribuido a solucionar el hambre en el mundo, pero sí está confirmando los temores fundados del movimiento ecologista acerca de una espiral creciente en el uso de pesticidas dañinos para el medio ambiente y la salud asociada a los transgénicos, que beneficia únicamente a la industria agroquímica transnacional que promociona estos cultivos, cuyas ventas de herbicidas se han disparado en estos años.