El sistema de consumo para clases medias no se basa en la alta tecnología, ni en el I+D, sino en millones de personas trabajando durante 12 horas, con raquíticos sueldos y sin protección laboral ni miramientos ambientales. De momento y en una perspectiva global, el modelo maquila (taller manual en países del Sur), con ciertas incorporaciones tecnológicas, sigue siendo el motor de la economía productiva y, como resultado, el país más poblado de mano de obra barata, China, se ha convertido en pocas décadas en la fábrica del Mundo.

Los datos del gigante asiático sorprenden hasta al economista más cauteloso y de seguir en ese ritmo, en muy pocos años será la tercera economía del Mundo (por delante de Alemania y detrás sólo de EEUU y Japón). Pero tanto crecimiento esconde el más sorprendente neoliberalismo de mano dura. Para mantener el férreo control sobre una sociedad netamente productora, algunas de las más básicas libertades han sido cercenadas, así que el mismo gobierno que promete ahora fidelidad al neoliberalismo económico prohíbe oficialmente la visualización en internet de videos que no promuevan “la armonía, el servicio público y el socialismo” [1]. Como ocurre en Rusia, China es uno de los países donde más ha crecido la demanda de artículos de lujo. Mientras, la población aguanta incrementos de un 10,5% del precio de las viviendas en las principales ciudades y las estimaciones más conservadoras calculan que hay en el país unos 140 millones de pobres [2].

Las empresas europeas y estadounidenses, por su lado, van dejando de producir y, por lo tanto, de mantener las condiciones laborales de los que fabrican sus productos, de gestionar materias primas y de cumplir o incumplir las normativas ambientales que regían su actividad. Y sin embargo, la imagen solidaria y ecológica que deben tener ante el cliente les obliga a parecer responsables, cada vez más, de todo ello. En estos tiempos de relucientes memorias de Responsabilidad Social Corporativa viene bien recordar quiénes son los que llevan tres décadas despidiendo trabajadores y trasladando su producción al Sur para que una clase media de 2000 millones de personas pueda disfrutar de productos nuevos cada semana.

Este escenario ha sido posible, entre otras cosas, porque el despido, tras muchos años de pequeñas pérdidas laborales, se ha abaratado hasta convertir el trabajo estable en una quimera. A pesar de la pérdida de condiciones laborales y del olvido de la producción, la empresa exige al trabajador una implicación personal en el trabajo que va más allá de lo profesional: “No se quejen aquellos que reclaman más compromiso a sus empleados […] Los que tenemos el poder de decisión sobre los despidos somos los que tenemos la responsabilidad de evitarlos (con una buena selección, con un desarrollo adecuado, con una adecuada planificación de los recursos). Somos los mismos que teníamos el deber de hacer los cambios oportunos cuando las cosas iban bien”, reflexiona Jesús Vega en el periódico económico Expansión [3].

También las empresas europeas y norteamericanas han ido externalizando en estos últimos años la gestión de los recursos humanos para que, dice el director de una empresa dedicada a esto del outsourcing, “las empresas dejen de comprar mano de obra para comprar resultados” [4]. De momento, una de cada cinco empresas españolas tiene subcontratada la gestión de los recursos humanos, pero la tendencia parece imparable.

A la empresa sentimental ya no le interesa el trabajador ni la producción y va camino de olvidarse hasta del producto. “Vuelve a ilusionarte por sólo 330 euros”, decía el anuncio de una agencia de viajes en una marquesina de autobús. La publicidad ya casi sólo maneja ilusionantes promesas, pero no puede dejar de mostrar los fracasos de este modelo de consumo: ¿Cómo definir sino al consumidor que en cada ocasión necesita volver a ilusionarse por 330 euros? Al final, el vocabulario de la experiencia consumidora se reduce a ilusión, sueño, quiero… Ideas sencillas, comodines del mapa lingüístico del consumo desde hace décadas. Solo que detrás de ese mapa ya no se encuentra la aspiración a una vida confortable, sino más bien la búsqueda de lo excitante a través de esa ruta personal e intrasferible que pretende ser el sobreconsumo.

Pero nada tiene de excitante la sobreproducción en este modelo de capitalismo globalizador. La empresa china Foxconn, fabricante de teléfonos móviles, ordenadores portátiles y otros gadgets para grandes multinacionales que sólo compran resultados, acaba de volver a ser escenario del suicidio de un joven trabajador. Parece ser que el famoso iPad de Apple ha forzado todavía más la maquinaria productiva y en los últimos cinco meses hubo 13 intentos de suicidio y 10 muertos en esta macrofactoría de 300.000 trabajadores.

La empresa ha decidido contratar a un grupo de psicólogos con el fin de buscar las causas de todos estos suicidios, pero no hace falta investigar mucho: es este modelo de consumo.

[1] Reglamento del Ministerio de Información citado en “China bloquea el acceso a videos de internet”, El País, sábado 5 enero 2008.

[2] “China intenta digerir su propio éxito”, José Reinoso. EL País, Negocios, 6 enero 2008.

[3] “Duros pero maduros”, Jesús Vega en Expansión, 27 de septiembre de 2008.

[4] “El jefe de personal ya no trabaja aquí”. El País, 26 de octubre de 2008.