Una vez más se repite la cantinela: avances sí, pero insuficientes para atajar el cambio climático en los próximos años. Existen todavía demasiadas resistencias entre los gobiernos de los países industrializados para aceptar reducciones importantes de emisiones. Si el camino elegido para alcanzar soluciones es el de la justicia, los mecanismos de mercado no son el medio de transporte adecuado.

Pablo Cotarelo, representante de Ecologistas en Acción en la Cumbre de Bali. El Ecologista nº 56

El panorama que se presentaba ante la 13ª Reunión de las Partes sobre Cambio Climático de Naciones Unidas, celebrada en Bali (Indonesia) el pasado diciembre, era de evidente y franca expectación. Durante el año 2007 el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), tras 6 años de estudio, había presentado su 4º Informe. En él se establecía, entre otras conclusiones, que la causa del cambio climático corresponde a la actividad humana, que el cambio climático ya está en marcha, y que sus consecuencias se pueden prever con mucha más precisión [1].

Con estas bases científicas, y unas sociedades cada vez más sensibilizadas y movilizadas, era necesario que el llamado Mandato de Bali incluyese límites obligatorios de emisiones para los países más industrializados (reducciones de hasta 25-40% en 2020 respecto de los niveles de 1990), acuerdos voluntarios de emisiones para los países emergentes, fomento de la lucha para evitar la deforestación, y transferencia de tecnología limpia a bajo coste, así como ayudas para que los países empobrecidos se adaptasen a los efectos del cambio climático. Un acuerdo justo incluiría el objetivo de que todos los habitantes del mundo emitieran la misma cantidad de gases de efecto invernadero. Para lograrlo sin inducir una catástrofe climática, es decir, igualando hacia abajo y no hacia arriba, los países industrializados deberían reducir drásticamente sus emisiones en los próximos años [2].

El propio Protocolo de Kioto incluye la obligación de llegar a acuerdos una vez finalice éste [3]. Según los cálculos y la experiencia acumulada en este tipo de negociaciones se estima que, a más tardar en la conferencia de las partes del año 2009 (COP15), tendría que estar elaborado el texto del acuerdo post-Kioto, esto es, para más allá de 2012. Cualquier retraso en la elaboración de dicho acuerdo podría suponer un riesgo excesivamente elevado.

El punto de inflexión de las negociaciones en Bali, que hizo albergar ciertas esperanzas, se produjo cuando el ministro alemán –respaldado por el resto de ministros europeos– se plantó ante EE UU y sostuvo que ningún país de la UE asistiría a la Reunión de las Grandes Economías –mejor sería de los Grandes Contaminantes– organizada por los norteamericanos, si no se llegaba a un acuerdo satisfactorio. La nueva situación, largamente esperada, condujo a que se prorrogara la negociación un día más para lograr un acuerdo.

Este acuerdo, que terminó denominándose Hoja de Ruta o Plan de Acción de Bali (llamarlo Mandato habría resultado ridículo), no incluye el rango de reducciones del 25-40% para los países industrializados. Y ello a pesar de que la experiencia obtenida con el Protocolo de Kioto indica que concretar y cuantificar los objetivos de reducción de emisiones con suficiente antelación es de gran ayuda para su posterior puesta en marcha y cumplimiento. El documento central salido de Bali expresa contenidos muy genéricos, pudiendo ser interpretados fácilmente desde la ambigüedad más improductiva.

Horizonte tras Bali

La partida de ajedrez en la que se han convertido las negociaciones sobre el cambio climático se presenta en los siguientes términos. Por un lado, los países ricos se miran entre sí con cierta desconfianza. En el caso de EE UU esa desconfianza es mayor, pues la única aportación del mayor emisor del mundo por habitante es la de bloquear. Los más ricos también consideran una amenaza climática por sus emisiones crecientes, y de competitividad económica, a los países emergentes, y lo utilizan como excusa para no ser más ambiciosos. Por su lado, los países emergentes esperan transferencias de tecnología y de conocimientos y formación por parte de los anteriores, y en mucha mayor cuantía que la actual, para asumir algún tipo de compromiso en contrapartida. Y los países más empobrecidos apelan a la ética del resto para que rebajen drásticamente sus emisiones y poder siquiera sobrevivir a los terribles efectos del cambio climático.

Pero en estos momentos la balanza, una vez más, se encuentra desequilibrada. Los países en desarrollo han tendido la mano y han comenzado a dar pasos hacia futuros acuerdos voluntarios en mayor medida que los países industrializados avanzan hacia reducciones importantes y transferencia de recursos.

Ahora bien, detengámonos en el caso de EE UU, ya que muchos piensan que es la llave maestra para el futuro. Parece asumido que cambiará su actitud tras las elecciones presidenciales de este año. Algunas pistas para explicarlo: cada vez más ciudades y estados federales se han sumado a la lucha contra el cambio climático; el debate ya ha llegado tímidamente al Congreso y al Senado norteamericanos gracias a una propuesta de ley; y la clase empresarial observa con inquietud que se está moviendo ya mucho dinero en este proceso y ellos se están quedando fuera. Sin embargo, si se invierte la situación y los norteamericanos pasan a liderar en vez de bloquear, nos encontraríamos ante una gran paradoja: el proceso podría pasar a estar liderado por el país que más ha bloqueado el avance del mismo hasta ahora, y que ha sido el mayor impulsor de las políticas causantes del cambio climático. No existen garantías de que si EE UU vuelve a imponer su modelo no cometa errores similares a los anteriores, y que produzcan, por ejemplo, más pobreza o injusticia en el mundo, aunque se consiguiese que la temperatura no suba más de 2ºC este siglo.

El papel jugado por la Unión Europea sólo puede calificarse de decepcionante. La aplaudida actitud de la UE de enfrentarse a EE UU para forzar un acuerdo en Bali se vio eclipsada por su posterior paquete de medidas contra el cambio climático para 2020. A la hora de pasar a hechos y cifras concretas la anunciada ambición, han quedado al descubierto sus verdaderas limitaciones: reducciones menores (20%) de las que defendieron en la COP (25-40%), mecanismos parecidos a los utilizados anteriormente y que han demostrado su ineficacia, y repartos del esfuerzo tan esperpénticos como en el caso español. Las emisiones permitidas para España en 2020 serán un 31% superiores a las de 1990, y un 16% superiores a las del Protocolo de Kioto [4], en contra del mensaje de que el paso posterior a Kioto sería más ambicioso.

Conclusiones

Según se van intentando materializar las esperadas reducciones de emisiones, se constatan varios hechos:

  • Las sociedades occidentales, actores principales en la causa del problema del cambio climático, deberán afrontar más pronto que tarde un ineludible cambio en su modo de vida. En el caso de EE UU se hace especialmente urgente.
  • El resto del mundo, especialmente los que menos tienen, necesita un flujo mucho mayor de recursos que el actual desde el Norte hacia el Sur, tanto para adaptarse a los cada vez más frecuentes e intensos efectos del cambio climático, como para alcanzar un nivel de vida digno de forma no contaminante.
  • Los mecanismos de la economía de mercado son incompatibles con los objetivos de reducción más ambiciosos. Su objetivo es la rentabilidad económica, por tanto, invierten donde los costes son menores y los beneficios mayores (se olvidan de África, por ejemplo), se fijan en el mecanismo de funcionamiento y no en el objetivo global de reducción de emisiones, con lo que finalmente éste nunca se cumple satisfactoriamente.
  • La experiencia indica que cuando hay que materializar las declaraciones de intenciones, los intereses de algunos sectores económicos pasan por encima de los intereses globales y terminan descafeinando las medidas políticas. Resulta esencial que los representantes de la sociedad consigan imponer los criterios de la mayoría ante los intereses de unos pocos. Todos y todas nos enfrentamos a un grave problema global y son necesarias soluciones justas para todos y todas. Quienes presumen de democracia deben explorar todos sus caminos, no pueden mirar hacia otro lado, miles de millones de personas dependen de ello.

La conciencia colectiva mundial reconoce que la supervivencia de millones de personas no se puede supeditar a los beneficios del sistema económico. Aquellos que nos acusan de utópicos por reclamar soluciones basadas en la justicia y en la igualdad de todos los habitantes del planeta, como decía Camus [5], “viven quizás una utopía diferente, pero más costosa al fin”.

Notas

[2] Ver Cristina Rois: “¿Porqué 2 grados?”, El Ecologista 54, otoño 2007

[3] Artículo 3.9 del Protocolo de Kioto.

[4] Acuerdo en el que se nos permitía emitir un 15% más que en 1990.

[5] Albert Camus, Moral y política.