Creíamos que el dinero y el PIB podían crecer sin límites, y de pronto el castillo de naipes basado en préstamos, intereses y beneficios parece que se desmorona. Nos dicen que hay que salvar a los bancos en nuestro propio beneficio y que tendremos que aguantar el chaparrón de recortes sociales, paro o subida de precios mientras todo vuelve a su cauce. Sospechamos que nos mienten.

Una mirada general

La crisis de fondo no es tanto la económico-financiera sino la del agotamiento y destrucción de los recursos importantes para vivir, tales como la tierra fértil, el agua no contaminada, la biodiversidad, el aire limpio, un clima no muy alterado o la disponibilidad de energía. También es una crisis social, es decir, del reparto de los bienes disponibles y de los trabajos necesarios para la supervivencia y la reproducción social.

La crisis por tanto no será pasajera ni cíclica en su esencia. Arranca de muy atrás y, si no se cambia de rumbo, va a ser mucho peor, con altas posibilidades de tensiones sociales, luchas interétnicas, conflictos armados y una parte creciente de la población excluida de una vida digna.

La razón estructural de la crisis ecológica, social y económica está en el modelo de desarrollo basado en la concentración de poder y en la pretensión de un crecimiento ilimitado en un planeta de recursos no sólo limitados sino desde hace unas décadas decrecientes, debido a la dimensión alcanzada por la producción y el consumo. Las soluciones por lo tanto no podrán venir de la mano del crecimiento, sino de la contención y del reparto justo.

Tanto en los periodos de crecimiento como en los de crisis han continuado aumentando las desigualdades. Curiosamente, mientras crecía la producción, en especial en las últimas décadas, no ha dejado de crecer la exclusión del acceso a los bienes necesarios de la tierra. Buena parte de las personas más ricas del mundo han aumentado sus patrimonios en los últimos años, durante la crisis. Con crisis financiera y sin ella, el control de los recursos principales está en menos manos que hace tres décadas.

Las razones de fondo

Para entender la esencia del sistema financiero podemos imaginar una caja negra por la que pasan una serie de flujos cuyo resultado es que un número decreciente de personas y corporaciones, sin apenas hacer nada, controlan una proporción creciente de los recursos finitos de la tierra.

Los beneficios del sistema financiero se ocultan en paraísos fiscales con el consentimiento de los estados y están eximidos de control y responsabilidad, a diferencia de las rentas e intercambios de la población, sujetos a cargas fiscales.

Para devolver sus préstamos con intereses y obtener beneficios, las empresas necesitan ganar cada vez más, por un lado reduciendo sus costes (en materiales, mano de obra, cargas fiscales…) y por otro aumentando su producción (y la presión sobre los recursos). El modelo de crecimiento obliga al endeudamiento y el endeudamiento obliga a crecer para saldar las deudas con sus intereses. Pero el crecimiento infinito no es posible en un planeta finito. El castillo de naipes de las deudas crecientes se ha resquebrajado.

Resulta sospechoso que el capitalismo, que defiende a capa y espada la propiedad privada como eje central de la gestión de los recursos de la tierra, provoque que cada vez haya menor cantidad de propietarios de los recursos (tierra, reservas energéticas, empresas relevantes, etc.).

Como el capital sigue queriendo obtener beneficios, pero se topa con los límites de los recursos, propone quitar a los que tienen poco para dar el último arreón. Por eso se aprovechan las crisis para las privatizaciones de lo público, para provocar pérdidas de derechos sociales y aumentar la explotación laboral. Existe una contradicción intrínseca entre el capitalismo y la sostenibilidad y equidad.

Los mercados mandan

La ayuda de los estados a bancos y empresas ha transformado la deuda privada, provocada por el afán de lucro, en deuda pública, impidiendo la satisfacción de necesidades sociales y la transición hacia un mundo más justo y sostenible.

Los bancos, guiados por su avaricia, han prestado más de la cuenta y se han visto en riesgo de no cobrar parte de esas deudas. Para salvarles el estado ha pedido dinero a un alto interés a los propios bancos para pagar la deuda de lo que les acababa de prestar, pero a un bajo interés. Increíble.

Los expertos que aconsejaron las medidas que llevaron a la crisis financiera son los mismos que están dictando las recetas para resolverla. Es como si se mandara pirómanos a apagar incendios.

No es difícil percibir que algo hay que cambiar cuando los que se han beneficiado de los desmanes y los que provocan la crisis son quienes reciben las ayudas de los estados y sin embargo los que la sufren son los obligados a hacer esfuerzos y sacrificios para resolverla. Billones de euros han ido a parar a manos de bancos y empresas multinacionales procedentes del endeudamiento de los estados, mientras los presupuestos sociales se reducen.

Las medidas de ajuste que se están poniendo en marcha no son otra cosa que el intento de mantener los beneficios de los bancos y otras entidades financieras, que lejos de competir en “mercados” de libre competencia aprovechan su fuerte influencia sobre los gobiernos para lograr sus objetivos. Detrás de los llamados mercados hay unas pocas personas, familias y organizaciones que están controlando los sectores estratégicos (alimentación, energía, suelo) arramplando con todo, y están muy poco interesadas en el bienestar de las personas. Los mercados se “alegran” de las medidas en contra de la población (como el abaratamiento del despido).

Las decisiones importantes de lo que es o no prioritario en la política, la economía, la sociedad y el medio ambiente se dejan en manos de los “mercados”, vaciando esencialmente de poder a lo que queda de las instituciones democráticas.

Algo está mal planteado cuando en el contexto de escasez de recursos necesarios las grandes empresas proponen resolver la crisis animando a la gente a aumentar el consumo de bienes innecesarios (“Esto lo arreglamos entre todos”).

La reforma laboral, mencionada en repetidas ocasiones como solución a la crisis, no busca otra cosa que el abaratamiento y la precarización de la fuerza de trabajo, así como erosionar aún más su poder de organización y negociación.

Muchos de los recortes sociales que se plantean no hacen sino traspasar al ámbito doméstico los impactos derivados de la crisis. Si disminuyen las pensiones y las prestaciones sociales, servicios que podían adquirirse en el mercado o en el estado, ahora han de resolverse dentro del espacio doméstico (comedor escolar por ejemplo) añadiendo a éste nuevas cargas, que recaen mayoritariamente en las mujeres.

Emprender otro camino

Algunas capas sociales, en especial de los países del norte, han vivido por encima de las posibilidades que dan los recursos limitados de la biosfera. La crisis ha de ser aprovechada por tanto para poner freno al despilfarro. Algunos recortes son necesarios, tales como el de la construcción de infraestructuras para una movilidad insostenible, las emisiones de CO2, la urbanización incontrolada, la obsolescencia programada, la magnitud del sistema financiero, las horas de trabajo…

Es incorrecto pensar que sólo se puede generar empleo construyendo infraestructuras, atrayendo a grandes multinacionales o creando grandes centros comerciales. Todas estas actividades generan escaso empleo por unidad de producto. Es preciso canalizar la reconversión hacia empleos necesarios para la sostenibilidad (producción local, agricultura ecológica, pequeño comercio, reparación y mantenimiento de bienes, trabajos de cuidados, energías renovables de pequeña escala, etc.)

La crisis económico-financiera no deja ver la verdadera crisis de los recursos de la tierra y su reparto, y por lo tanto la urgencia de tomar medidas necesarias para frenarla y cambiar de rumbo.

Es triste comprobar cómo en época de recortes no se pone nunca en cuestión la creciente concentración de la riqueza ni se menciona la necesidad de limitar o prohibir el despilfarro o el lujo de los favorecidos por la rapiña estructural. En situación de crisis y recursos limitados debería considerarse el exceso como inmoral.

Hay cosas que pueden y deben crecer: los bienes relacionales, la organización colectiva, el buen humor, la justicia, la cultura, la creatividad, la sostenibilidad. Es necesario cambiar el concepto de buena vida.

La crisis puede ser la ocasión para emprender otro camino.
No hay un planeta B.