La temporada de incendios de este año 2016 no puede ser más descorazonadora, con varios incendios declarados, dos de ellos GIF (incendios superiores a 500 hectáreas), y un total de aproximadamente 3.500 hectáreas de bosque quemadas. Y solo es el principio.

La comunidad científica lleva años alertando de la vulnerabilidad de nuestros bosques frente al cambio climático, pero las administraciones aún no han tomado nota. Desde el fatídico año 2012, en el que se quemaron más hectáreas de bosque que toda la década anterior, no se ha tomado ninguna medida significativa ni se ha enmendado ninguno de los errores que eviten que nuestros montes sean polvorines esperando el desastre. La elevada cantidad de GIF (grandes incendios forestales) que se produjeron en el año 2012 se propició porque coincidieron temperaturas extremas y una alta sequedad ambiental en verano, cuando la vegetación de nuestros montes es más vulnerable al fuego. Los GIF son los incendios con consecuencias más catastróficas; los que avanzan sin control posible y provocan evacuaciones y víctimas. Sus efectos perduran durante muchos años. Desde entonces el clima nos ha dado una tregua cada verano.

Ha sido el azar el que ha hecho que los resultados del 2012 no se repitan. Sin embargo, la temperatura ha seguido aumentando (el mes de mayo de este año es el más cálido desde que se tienen registros, y es el quinto mes consecutivo que supera el récord), por lo que las treguas climáticas no van a durar siempre. Teniendo en cuenta que la situación de nuestros montes es prácticamente la misma que en 2012, todo parece indicar que un episodio de temperaturas y sequedad similar al de ese año volverá a suponer una oleada de incendios, algunos de ellos GIF, en nuestros montes.

Los incendios en Carcaixent y Bolbaite demuestran que las principales taras de la gestión forestal siguen sin resolverse, a pesar de denunciarse año tras año.

En primer lugar, los incendios siguen siendo provocados. De cuatro incendios y un conato, solo se ha detenido al autor de uno.

En segundo lugar, se provocan en urbanizaciones construidas en pleno monte. Estas urbanizaciones, una vez declarado el fuego, son las que acaparan la mayoría de los recursos humanos y técnicos empleados en el incendio, pues las vidas del vecindario y la salvación de sus bienes es prioritaria.

En tercer lugar, siguen ardiendo los bosques en los que solo hay una especie, por ejemplo los monocultivos. En el caso de Carcaixent era un pinar. En el más reciente de Badajoz, un eucaliptal.

La administración sigue dando la espalda al hecho de que el estado actual de nuestras masas forestales requiere un plan urgente para evitar que desaparezcan bajo las llamas. Ante el fuego, hay que evitar las masas forestales homogéneas; los monocultivos deben dar paso a bosques heterogéneos compuestos por varias especies, cuantas más mejor, que se comporten ante el fuego de forma distinta, haciendo de cortafuegos naturales. De esta forma también albergarán más biodiversidad, lo que mejorará la salud del ecosistema y lo hará más resistente al fuego.

Un bosque sano cumplirá mejor la función de captador y regulador de los recursos hídricos, tan vital para inmunizarse contra el fuego. La captación de agua es una de las funciones más importantes que deben realizar los bosques, aunque muchos en este país solo vean en ellos materia prima para la industria papelera. Se deben extremar las medidas contra los incendios: más sanción, más vigilancia, más medios humanos y técnicos durante más tiempo… La excusa de la crisis para recortar medios en la gestión forestal es una irresponsabilidad rayana en lo criminal. Salvar los bosques españoles implica salvar a nuestro mejor aliado contra el cambio climático.