Mantener y alimentar la llama de la contestación social.

CIP Ecosocial. Revista El Ecologista nº 70.

El malestar social tiene raíces profundas y ha encontrado en el movimiento del 15M su cauce de expresión. ¿Nos encontramos ante un nuevo ciclo de contestación a una democracia demediada y a un capitalismo depredador? De momento lo que sabemos es que unos problemas sociales agudizados en confluencia con un descontento en buena parte prepolítico han servido para encender la llama.

Estado de cabreo colectivo y actitudes prepolíticas

El movimiento del 15M empezó siendo la expresión balbuciente de un profundo malestar social. Inició su andadura apenas sin discurso, con unos pocos eslóganes que encontraron rápida audiencia por su sencillez y acierto y, sobre todo, porque expresaron a la perfección un estado de afectación común. Debido a ello, en su inicio, el 15M ha sido principalmente una manifestación de estado de ánimo colectivo: el sentimiento de rechazo y disgusto de una ciudadanía que se indigna ante un proceso de deterioro social parcamente contestado a través de los cauces instituidos de lo político y lo sindical. No en vano a sus participantes se les etiquetó desde los medios de comunicación como los indignados.

Reconocer que este proceso (o conflicto) tiene también un origen emocional surgido de un malestar o desafecto hacia el orden social, que se aglutina inicialmente en torno a aspectos (o percepciones) anteriores a la política –es decir, en torno a aspectos que la fundamentan o que constituyen su condición misma de posibilidad, pero que no están articuladas en torno a una concepción ideológica concreta–, y que se expresa en discursos muy básicos, a los que es fácil adscribirse colectivamente (“no somos mercancías en manos de banqueros”, “5.000.000 de parados, eso es terrorismo”, “al final del sueldo, me sobra mes”, “no hay pan para tanto chorizo”), quizá nos proporcione alguna clave de interés para interpretar el significado y la evolución posterior del movimiento.

Un segundo aspecto a tener en cuenta es que este estado de cabreo colectivo no ha generado agresividad y cerrazón. Más bien al contrario, el 15M se ha revelado, en general, como un movimiento amable con vocación hospitalaria que ha ido acogiendo de manera progresiva demandas y aspiraciones largamente incubadas. Frente a actitudes resentidas, sectarias y excluyentes, omnipresentes habitualmente cuando el ambiente está caldeado, las prácticas que han predominado han sido la apertura, el cuidado y el reconocimiento de las identidades plurales de quienes se iban sumando al proceso.

Bajo el paraguas del significante 15M conviven gentes de variada condición y procedencia, con diferentes lenguajes, experiencias y culturas socio-políticas, que se han canalizado a través de la exaltación del respeto a veces lenta y agotadora, y que lejos de ser pura cortesía se ha convertido en un proceso de aprendizaje colectivo, de organización de la experiencia común, que ha terminado por marcar –como veremos después– tanto la práctica como el discurso del 15M, siendo probable que pueda transformarse en motor de una politización explícita. Se trata de un proceso de construcción de sujetos colectivos que nació abierto y que sigue abierto, que resulta difícil de etiquetar y que no expresa necesariamente unanimidad de criterios ni un horizonte común inequívoco.

Fundamentos reales del descontento: el deterioro de las condiciones de vida y el secuestro de la democracia por las elites

El descontento y malestar social están plenamente justificados. Tienen unos fundamentos reales en procesos que, aunque estructurales al capitalismo, se han acentuado con la crisis en los últimos años. Es un disgusto de décadas de incremento de una desigualdad económica que ha propiciado, por un lado, despilfarro y, por otro, agravamiento de carencias y exclusiones. Es un malestar que refleja los efectos de una burbuja inmobiliaria que ha incentivado entre ciertos sectores de la juventud el fracaso y el abandono escolar asociados a la creación de una riqueza ficticia y a una hipertrofia del sector del ladrillo. En el momento en que más creció la economía más se empobrecieron las relaciones sociales (particularmente en el ámbito laboral, pero también en el del consumo). Desde hace casi ya una década, se cortocircuitaron los mecanismos de ascenso y promoción sociolaboral. La crisis vino a sumar a este desolado panorama unas cifras inaguantables de desempleados y el drama del despojo de la vivienda a miles de familias.

En el plano político, la crisis también ha contribuido a deteriorar los precarios mimbres sobre los que descansa la democracia representativa, particularmente en esta parte de Europa sometida a las consecuencias de la construcción de la Unión Económica y Monetaria al margen de la ciudadanía y de la sociedad. En este modelo representativo subyace una idea de democracia poco exigente. El discurso político hegemónico sostiene que para calificar de democrática a una sociedad bastaría únicamente con la presencia de varios elementos: elecciones periódicas, un sistema de partidos y libertad de mercado. Una concepción en la queda desdibujada la idea de democracia como proceso orientado a levantar un espacio público que permita el acceso –en condiciones de igualdad– de todas las personas a la formación de la voluntad colectiva a través del diálogo crítico y a construir cauces de participación real y continuados en todo aquello que afecte a las condiciones de vida de la ciudadanía. Esta ausencia de una democracia participativa basada en el gobierno mediante el debate ha conducido a una partitocracia en el funcionamiento político y a una plutocracia en el gobierno de la sociedad.

El malestar que provoca esta democracia y que expresa el movimiento 15M tiene que ver con ambas cosas. Por un lado, rechaza la creciente tecnificación, mercantilización y oligarquización de la actividad de unos partidos casi exclusivamente centrados en la renovación y circulación de los cargos públicos, denunciando que eso, aunque lo llamen democracia, no es más que cratopolítica (esto es, mera actividad dedicada a girar en torno a las cuestiones de poder en las instituciones). Por otro, el 15M denuncia el secuestro de la voluntad democrática por la plutocracia como consecuencia de la disolución de las fronteras –a través de las llamadas puertas giratorias, la supuesta independencia de los Bancos Centrales, etc.– entre el mundo de las empresas y el de la Administración Pública.

Deterioro social profundizado por el neoliberalismo

El neoliberalismo sirvió para restituir el poder de clase de los que detentan la riqueza económica. Surgió como reacción al largo periodo de la segunda posguerra marcado por la ampliación de los derechos sociales y económicos de los asalariados y la presencia del Estado como instancia redistribuidora y de contrapeso a la lógica del mercado. Debe ser interpretado, como señala Harvey, como un proyecto político que pretendió restablecer las condiciones para la acumulación de capital y restaurar el poder de las elites económicas. “Esto es la lucha de clases –se encargó de recordarnos el multimillonario Warren Buffet–, y la mía, la de los ricos, la está ganando”. De aquellos polvos vienen estos lodos.

Pero las dos vertientes del deterioro social han venido a resquebrajar la legitimidad tanto del sistema político como del económico. El mundo –señala Galeano– se divide ahora en indignos e indignados. El 15M ha sido la voz del niño de la fábula de Andersen que denuncia que el emperador está desnudo. El público asiste indignado a la desvergüenza con que se han paseado en los tiempos del neoliberalismo los poderes más indignos.

¡Sin miedo! Ocupación de la plaza, presencia en las calles

En las acampadas se percibió un potencial creativo colectivo en medio de un espacio público que había sido redefinido en los últimos tiempos como escenario al servicio del consumo. Muchos de los centros de nuestras ciudades han sido declarados centros comerciales abiertos y sobre ellos se ha ejercido un control férreo para mayor tranquilidad del turista/consumidor y beneficio del comerciante. Lugar de tránsito pero no de debate, el espacio público es recreado por el 15M como ámbito de encuentro para la discusión. “¡A la puta calle! nos dijeron –ilustra El Roto en una viñeta– Y eso hicimos”.

Volviendo al desafecto que mencionábamos al principio, y enmarcando la reflexión en la siempre compleja y conflictiva relación individuo-sociedad (una permanente construcción y reconstrucción entre actores tanto individuales como colectivos), se ha producido –o más bien, se ha expresado– la fractura del sentido de pertenencia a una sociedad que promete lo que ya no puede dar. Es decir, parece haberse agotado la sensación de que este modelo social sea un medio natural propicio para que la ciudadanía pueda alcanzar sus propias metas. Su traducción en desregulación de la vida social, flexibilidad y precariedad laboral ha provocado que se imponga una sensación de vulnerabilidad, y esa percepción cargada de incertidumbre, tanto en un sentido material como simbólico, ha actuado durante demasiado tiempo de eficaz medida de disciplinamiento, inhibiendo la contestación social.

El sentido de pertenencia también se torna problemático en el ámbito de la representación y participación política. Las instituciones políticas y sindicales descienden al nivel más bajo de confianza desde el inicio de la democracia. La percepción de que los canales habituales para resolver los conflictos y las tensiones han dejado de ser útiles, convierte la toma de la plaza pública y la presencia en las calles en opciones que permiten activar la conciencia ciudadana y expresar sin miedo ese sentimiento crítico de pertenencia.

Discursos políticos del 15M

Si tuviéramos que trazar una línea que recorriera el espectro de discursos esta iría desde dos extremos: en uno, una ciudadanía indignada no especialmente politizada, en otro, la izquierda radical. El motor de esta línea sería un proceso de concienciación colectiva (que se traduce, incipientemente, en acción como potencial motor de cambio). A lo largo de esa misma línea, podríamos trazar también un recorrido que iría desde la individuación hasta la grupalidad activa. Es decir, una transformación de sujetos individuales a sujetos sociales organizados desde la base. Entremedias se encontrarían multitud de posiciones enmarcadas en grados distintos de politización.

Es preciso matizar que, a raíz del estallido, se ha puesto en marcha y articulado una acumulación previa de prácticas y discursos anteriormente activos y ya sedimentados (de movimientos sociales, organizaciones políticas y sindicatos, redes sociales), si bien es también un movimiento que se aleja explícitamente de las siglas, y que se basa en el asamblearismo y la horizontalidad de la toma de decisiones [1] y en prácticas, tanto micropolíticas como macropolíticas, algo que ya se ponía en práctica desde hace décadas como consecuencia de la quiebra de los grandes relatos de emancipación social, y cuyo epicentro se basa en la transformación de la vida cotidiana.

Ese espectro plural y diverso de puntos de partida provoca que resulte más fácil alcanzar consensos en torno a lo inmediato y que haya una tendencia a rehuir ahondar en el debate de las mediaciones y de los aspectos estructurales (donde pueda haber más disenso). Es decir, parece más fácil reivindicar una reforma de le Ley electoral que elaborar un cuestionamiento abierto material, simbólico, social y político del conjunto del sistema.

Igualmente, se trata de un proceso en el cual las consideraciones de partida y de llegada no son novedosas con respecto a lo que vienen siendo las reivindicaciones históricas de la izquierda (en un sentido amplio, desde la socialdemocracia hasta la radical). Pero ha tenido que ser la ciudadanía la que emprendiera el viaje de vuelta hasta ellas, sin mediación de organización política alguna.

Prácticas del 15M

La práctica del movimiento se ha concretado, básicamente, en dos tipos de intervenciones: la ocupación del espacio público (acampadas en la plaza, manifestaciones en la calle, asambleas en los barrios) y la desobediencia civil pacífica (desoír a las juntas electorales, impedimento de embargos, etc.).

El 15M se ha mostrado desobediente siempre que ha comprobado la ceguera y sordera de las autoridades. Cuando el poder ha reaccionado con violencia, más atemperada ha sido la respuesta. La desobediencia civil pacífica ha significado para el movimiento una poderosa vía de legitimación social, además de una forma de lucha frente a distintos tipos de violencia (también “violencia es cobrar 600 euros”) y un aprendizaje para evitar colaborar con aquello que se rechaza. Tres frentes parecen estar ganando protagonismo para la acción colectiva en la mayor parte de las asambleas de barrios: las movilizaciones populares para impedir desahucios por impago de hipotecas, para impedir redadas y detenciones a población inmigrante en los barrios y las reivindicaciones contra la privatización del agua.

Como ha dicho Joaquim Sempere, “la indignación, vieja y nueva, versa sobre muchos temas, y se necesitará encontrar respuestas para empezar a avanzar”. El proceso del 15M no ha surgido de la nada. Son múltiples los colectivos y organizaciones –desde las obreras hasta las del movimiento vecinal; desde el feminismo, el ecologismo y el pacifismo, hasta los diferentes observatorios– que llevan años denunciando las injusticias; la academia y el conocimiento experto también han producido agudos análisis y pronósticos; no pocas personas, a título individual, han contribuido a su vez a la construcción de tejido social crítico desde sus actividades profesionales en la educación, la sanidad o la abogacía, por ejemplo; tampoco han sido escasas las reflexiones que han circulado, sobre todo por Internet, ni sus denuncias del paulatino deterioro de la vida social, política, económica y ecológica. Todo ello ha favorecido la construcción de un tejido social crítico y, en no pocas ocasiones, de resistencia o de lucha activa contestataria.

El 15M ha sido la chispa que ha aglutinado y permitido una confluencia (hasta hace poco impensable) en torno a unos problemas y unos valores compartidos en una arena en la que dominaba la fragmentación y dispersión de posturas. Mantener la llama y alimentar el fuego son los principales desafíos.

Notas

[1] Que en algún momento ha evidenciado el riesgo de que se produzca un bloqueo de las dinámicas por interpretar precisamente el consenso como unanimidad o derecho de veto, en lugar de como aprendizaje común de la gestión respetuosa de los consensos y de los disensos, que no resulte paralizante y que acabe ahogando la potencialidad del grito colectivo