Colectivos sociales de todo el mundo se unen el próximo 25 de noviembre para reivindicar un Día Sin Compras y la construcción, durante los otros 364 días del año, de otro modelo de consumo más equitativo y menos despilfarrador: el objetivo no es sólo reducir el nivel de consumo en los países del Norte económico, sino promover una reflexión crítica sobre este modelo de consumo, denunciar sus impactos y proponer alternativas viables que estén sustentadas en valores como la sostenibilidad socioambiental, el reparto equitativo de la riqueza, la solidaridad, alternativas que retomen las relaciones comunitarias de cercanía, el comercio local y estén asociadas a las necesidades reales de las personas.

“La economía no es asunto público”, estará pensando la ciudadanía griega cada vez que los gobiernos de la Unión Europea (UE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) hablan sobre la deuda de su país, las agencias de calificación rebajan esta deuda y su Gobierno responde con más medidas de ajuste en la economía nacional.

Tras el anuncio de un posible referéndum griego para decidir sobre las medidas de recorte y el plan de ayuda aprobado en la última cumbre de la UE, la vicepresidenta económica, Elena Salgado, pidió que «la racionalidad se imponga y que Grecia se ajuste al programa». Una “racionalidad” que en la práctica se traduce en más recortes sociales, más dinero público destinado a “desestresar” a los bancos y las cajas de ahorro y en políticas fiscales que recaen fundamentalmente en una clase media herida, parada y endeudada por las consecuencias de la crisis.

La propia Elena Salgado pedía al estallar la crisis económica una mayor implicación de esa clase media, a través del ejercicio aún más fuerte de la que parece ser su función principal: consumir. Sin embargo, la última Encuesta de Población Activa (EPA) señala que hemos llegado a la cifra de 5 millones de personas en paro, así que todo apunta a un nuevo retroceso del PIB. Mientras aumenta la pérdida de poder adquisitivo de las familias, los analistas miran con preocupación un nuevo estancamiento del consumo privado: “En el consumo está la clave de la recuperación económica, porque el gasto de los hogares representa, nada más y nada menos, que 2/3 del PIB en España”, aseguraba el periódico económico Expansión. [1]

De esta manera, en este discurso que pretende seguir siendo dominante el consumo se asocia de una u otra forma directamente con la actual crisis financiera que atraviesan los países centrales, cuyas repercusiones hasta el momento se centran en la aplicación de recetas que conducen a fuertes reformas de corte neoliberal, el recorte de derechos sociales, el “rescate” de la banca y la amenaza del Estado del Bienestar. No obstante, a pesar del intento de instalar este relato del consumismo como “clave para la recuperación” y llave para salir de esta crisis, como la contribución más racional y responsable que la clase media europea puede hacer frente a este escenario, cabe preguntarse: ¿pero no fue el exceso de consumo justamente uno de los factores que nos condujo a esta crisis? ¿Cómo podrá ser ahora su medicina?

Consumirlo todo

Hace décadas que el modelo de consumo abarca cada vez más ámbito de la vida en los países del Norte económico, con consecuencias sociales y ambientales que son cada día más visibles y preocupantes. Mientras tanto, a pesar de que se insista en la idea de la “democratización” del consumo, este modelo representa un hecho social y económico que se constituye como un privilegio para menos del 20% de la población mundial, en el que este porcentaje minoritario de la población consumo el 80% de los recursos del planeta.

Y la problemática socioambiental vinculada a este modelo sería mucho más acuciante si éste se extendiera a la mayoría mundial marginada de la “felicidad consumista”. Si el modelo se globalizara, harían falta tres planetas Tierra para poder sostener este voraz estilo de vida. Por ello, en este sentido el consumismo también es un espejo de la organización social y económica del mundo en el Siglo XXI, caracterizada por la insostenibilidad socioambiental, la concentración de la riqueza y la exclusión de las mayorías.

Mientras, las empresas europeas, japonesas y estadounidenses, van progresivamente dejando de producir y, por lo tanto, de mantener las condiciones laborales y ambientales de aquellos que fabricaban sus productos. El reino del consumo low-cost, la tiranía del beneficio económico a corto plazo y la ambición de la clase empresarial no sólo han construido una amplia clase media consumidora pasiva, hedonista y acrítica, sino que también han puesto en jaque la viabilidad de su propia materia prima fundamental: el planeta Tierra.

A estas alturas ya tenemos todas las certezas de que el olvido interesado de los límites (los recursos naturales finitos o la capacidad del aire, el agua y la tierra para ser contaminados) y la obsesión ideológica por el crecimiento económico constante, ni siquiera han posibilitado una sociedad más satisfecha consigo misma, sino más bien todo lo contrario: la sociedad que ha dispuesto de los recursos más abundantes y de las tecnologías más avanzadas se encuentra aprisionada, sin embargo, de una espiral consumista que nos hace infelices, competitivos e individualistas, y pone en grave riesgo la subsistencia del entorno del que dependemos. Frente a este escenario, ¿qué hacemos? ¿Seguimos consumiendo?


Construyendo alternativas

A contracorriente de la entelequia del “consumo como solución a la crisis”, cada día son más numerosas las iniciativas colectivas a escala global que pretenden denunciar los excesos y defectos de este modelo de consumo, promoviendo la reflexión crítica, denunciando los impactos, construyendo alternativas y articulando iniciativas para un consumo consciente, crítico y responsable.

Colectivos sociales de todo el mundo se unen el próximo 25 de noviembre para reivindicar un Día Sin Compras para reivindicar que la solución no es consumir más, sino construir otro modelo de consumo más equitativo y menos despilfarrador. La elección de la fecha se debe a que el Día de Acción de Gracias representa el pistoletazo de salida a la oleada de las compras navideñas, principalmente en EE.UU. El también denominado Viernes Negro, es la fecha en la se rebajan los precios en la inauguración de la temporada de compras navideñas, se colapsan las grandes superficies y centros comerciales, la publicidad promueve el desenfreno consumista y, como resultado, es la jornada en la que se produce el mayor volumen de compras en ese país.

Esta iniciativa fue propuesta por el publicista canadiense Ted Dave como una forma de crítica contra los excesos consumistas. Su primera edición se celebró bajo el lema “lo bastante es suficiente” en 1992 y posteriormente el DSC ganó más notoriedad pública al ser impulsado por el colectivo Adbusters. La propuesta del DSC podría ser comparable a una jornada de huelga de los consumidores y consumidoras o una campaña de boicot, no contra un producto o una empresa concreta, sino contra el aparato mercantilista y publicitario y el modelo de consumo resultante.

Los objetivos de esta actuación global no se limitan a la reducción del nivel de consumo en los países del Norte económico, sino que se extienden a promover una reflexión crítica sobre este modelo de consumo, denunciar sus impactos y proponer alternativas viables que estén sustentadas en valores como la sostenibilidad socioambiental, el reparto equitativo de la riqueza, la solidaridad, alternativas que retomen las relaciones comunitarias de cercanía, el comercio local y estén asociadas a las necesidades reales de las personas.

Por ello, se trata de una apuesta activa por otro modelo de consumo más crítico, donde el eje no sea el crecimiento económico y la optimización de los beneficios empresariales a costa de sistemáticas injusticias sociales, la polarización de la riqueza, la dependencia al consumismo y la destrucción de los recursos naturales. Así, se ha convertido en una jornada señalada para los colectivos y personas que apuestan por la transformación del modelo de producción, distribución y consumo, así como del estilo de vida contemporáneo.

Esta crítica se sustenta en una crítica sistémica más amplia y profunda, vinculada al reparto de los recursos a escala planetaria, el libre mercado, las normas que rigen el comercio internacional o las políticas alimentarias, entre otros. Por lo tanto, también se relaciona con otros movimientos de contestación, como es el caso del comercio justo, la agroecología, la economía solidaria, el movimiento decrecentista o la defensa de la soberanía alimentaria de los pueblos.

Durante esa fecha, los colectivos y organizaciones sociales implicadas en estas temáticas denuncian de distintas maneras un sistema injusto, alienante e insostenible, y reivindican el consumo local, justo y ecológico de los productos necesarios. Por eso, el DSC es también una ocasión para la visibilización de la problemática asociada al consumismo y la promoción del ejercicio colectivo de un consumo responsable y crítico durante los otros 364 días del año.

Con este Día sin compras se propone el debate, la reflexión y la construcción de alternativas posibles para promover el decrecimiento, reconducir el estilo de vida, el modelo de producción, de consumo, de transporte, energético, de alimentación y de poder, con el objeto de transitar el ineludible camino hacia la sostenibilidad socioambiental del sistema. Y también la no compra puede constituirse en una vía para la lucha y movilización contra los poderes económicos centralizados.

En última instancia, se trata de una jornada que sirve para poner sobre la mesa de la conciencia colectiva un conjunto de críticas y alternativas necesarias que han quedado ocultas o disfrazadas por el ruido mediático y la saturación publicitaria. La crítica a una economía que se ha vuelto autónoma, que no toma en consideración las necesidades y exigencias de la vida humana y sólo aspira a su propio desarrollo. A un aparato de producción que pretende alcanzar un ilusorio crecimiento infinito sobreexplotando el planeta y un modelo de consumo que pretende mercantilizar todo aquello cuanto exista. A un estilo de vida que obvia cualquier límite y pasa por encima de las necesidades en nombre del “progreso”, el “desarrollo” o la “modernidad”. La alternativa de construir una sociedad fuera de la lógica del crecimiento, el individualismo y la competencia. De promover un modelo económico y social que respete los límites físicos, proteja y favorezca la vida. La alternativa de reaprender a vivir más allá del consumismo, siguiendo la consigna “menos para vivir mejor”.

Notas

[1] “Los españoles no se rascan el bolsillo para salir de la crisis”. Beatriz Amigot. Expansión 19-02-2010”.