Con el otoño ha llegado, como de costumbre, la esperada aparición de las setas, y con ellas han vuelto las tensiones a los montes cuando la gente en tropel se lanza a recolectar todo hongo o similar que se le ponga por delante. Y mientras los “urbanitas” reivindican su derecho a disfrutar de la libre recogida de plantas silvestres, muchas otras personas, sean de la zona o venidas de fuera, intentan sacar un beneficio económico mediante su venta de manera extraoficial.

Porque las setas, más allá del puro entretenimiento de un agradable paseo por el monte llevándose un puñado de ejemplares para cenar, no dejan de ser un recurso forestal exactamente igual que lo son la madera, la caza o los pastos. Y estos aprovechamientos, que en La Rioja tienen su ámbito territorial dentro los montes públicos de los ayuntamientos serranos, están regulados por la correspondiente legislación forestal, cuyo objetivo, además de proteger y conservarlos a través de la figura del Monte de Utilidad Pública, es también gestionar y proveer a los ayuntamientos de un recurso económico derivado de sus bienes patrimoniales.

Y, si hace tiempo que las cortas de madera dejaron de aportar ingresos para las arcas municipales debido a su falta de rentabilidad (dificultad de acceso, elevados costes de extracción y bajos precios de mercado), la extracción comercial de setas y hongos puede convertirse en una nueva fuente pecuniaria a través de un aprovechamiento ordenado de los montes públicos.

Porque junto a la tradicional recogida de setas, sin apenas regulación, por parte de los vecinos de los pueblos que obtienen de este modo un complemento extra para sus finanzas familiares, aparecen grupos organizados que, de forma oculta y sin autorización, saquean los sotobosques y consiguen pingües beneficios. Véase en este sentido el reciente caso del campamento ilegal desmantelado en Montenegro de Cameros, a caballo entre Soria y La Rioja, dedicado la recogida fraudulenta de setas. O la proliferación de la venta descontrolada de setas sin ningún tipo de control sanitario, en cualquier establecimiento comercial de Logroño, incluso no relacionados con el sector alimentario.

Y este desmadre plantea además otra cuestión importante. Las setas, como cualquier otro recurso natural, no son un recurso ilimitado e inagotable y, aunque todavía desconozcamos muchos aspectos sobre su biología, en la frontera entre el reino vegetal y animal, resulta evidente que no se pueden extraer ejemplares sin ningún tipo de control, año tras año, pretendiendo que sus poblaciones no acaben siendo afectadas negativamente. Además de conocer los procesos biológicos ligados a su reproducción y crecimiento, sería necesario como mínimo regular la cantidad de setas que pueden extraerse en cada zona en función de la climatología anual o estacional y establecer, lógicamente, cuotas de extracción, tamaños mínimos, épocas de recolección y, sobre todo, zonas vedadas que permitan a sus poblaciones recuperarse de forma natural de la extracción masiva y continuada.

Mirar para otro lado como si no pasara nada, cediendo a la tentación populista de que la gente se lleve lo que quiera y en donde quiera, no deja de ser pan para hoy y hambre para mañana. Y además, supone un agravio para los pueblos serranos que han conservado sus montes y sus bosques y ven ahora como un recurso natural que les pertenece y puede ayudarles económicamente en estos momentos de penuria les es expoliado por multitud de “urbanitas” y de “espabilados” que hace negocio a costa de sus montes.

Y para intentar parar de algún modo esta sangría económica, la gestión del aprovechamiento micológico pasa necesariamente por la regulación del uso de las pistas forestales, porque el objetivo de estas infraestructuras de acceso al monte no es otro que posibilitar su gestión y permitir la defensa frente a los incendios forestales. En ningún caso, la de permitir que cualquier persona con su vehículo pueda acceder al rincón más lejano del monte y cargar el maletero de setas para luego venderlos al mejor postor.

En otras zonas de este país como Navarra, Aragón, Cataluña o, incluso, en la cercana Tierra de Pinares soriana, hace tiempo que han comenzado a poner un poco de orden frente a esta fiebre desatada de la recolección y, de paso, impedir el expolio fraudulento de sus recursos por gentes ávidas de lo ajeno. De este modo, las setas han pasado a constituir una fuente de ingresos, sea de forma directa para los ayuntamientos mediante su venta comercial o, de forma indirecta en el desarrollo rural de la zona a través del denominado “turismo micológico”. Hace tiempo que nosotros deberíamos haber empezado a transitar por ese intrincado camino en el que confluyen muchos intereses contrapuestos.

Rafael Fernández Aldana. Ecologistas en Acción de La Rioja