El Polo Químico ha originado vertidos y contaminación de consecuencias nefastas.

Paco García e Iñaki Olano, Ecologistas en Acción de Huelval. Revista El Ecologista nº 82.

Durante el franquismo se optó por el desarrollo de una industria muy contaminante en el llamado Polo Químico de Huelva. Mientras las empresas obtenían grandes beneficios, el único tratamiento de los residuos sólidos, líquidos o gaseosos fue su vertido. No es casualidad que la zona adolezca de los mayores índices de cánceres de algunos tipos en el Estado español, sin olvidar el tremendo impacto en un entorno natural, las marismas, antaño privilegiado por su gran biodiversidad. Ahora, con buena parte de la descontaminación pendiente, la apuesta en la zona se dirige hacia la industria energética.

Memoria histórica de la contaminación en Huelva

A finales de 1963 las Cortes franquistas, siguiendo las recomendaciones económicas del Banco Mundial, aprobaron el primer Plan de Desarrollo que fue la base de la instalación del llamado Polo de Desarrollo de Huelva. Cuatro años después, en abril de 1967, Franco viajó a Huelva para inaugurar las instalaciones de la Refinería de La Rábida y asistir a la bendición de la Central Térmica Cristóbal Colón y las fábricas de Celulosas en San Juan del Puerto, de Cemento en Niebla y de Fertiberia y la Fábrica de Sulfúrico de la compañía Minas de Rio Tinto en la propia ciudad. Quedaba así definido el Polo de Desarrollo de Huelva como Polo Químico, extendido a lo largo de la ría de Huelva, pero con el eje de las instalaciones ligadas a la producción y uso de ácido sulfúrico ubicado en la orilla del río Odiel, en la zona de la Punta del Sebo, a escasa distancia del centro de Huelva, lo que condicionaría de forma notable los impactos ambientales que iba a soportar el entorno más cercano a la ciudad.

La prensa recogió este extracto del discurso que el dictador dio en el Ayuntamiento “Toda esta obra de transformación de Huelva, de la Industrialización, de la mejora y del crecimiento de todas estas plantas industriales maravillosas, todo esto no sería posible si no hubiera un Movimiento, si no hubiera una doctrina, si no hubiera un ideario, si no hubiera una minoría inasequible al desaliento que mantuviese vivo nuestro credo, nuestra fe, todo lo que puede hacer esta España grande, esta España unida bajo un solo mando. ¡Viva España!”.

Efectivamente, es difícil entender la evolución de la contaminación industrial en Huelva, sin comprender las causas políticas y económicas que dieron lugar a la transformación de espacios de productividad pesquera y de uso náutico-playero en vertederos de residuos industriales y sumideros de contaminantes químicos. Por tierra, mar y aire, los contaminantes residuales fueron vertidos en el entorno de Huelva, generando una fuente de beneficios impresionante a la “minoría inasequible al desaliento” de la casta ligada a los centros de poder del aparato franquista. En pocos años hubo una transformación radical de la estructura económica y poblacional de la provincia de Huelva, destacando sobremanera el despoblamiento de las cuencas mineras y agroganaderas y la concentración de población en la ciudad, en muchos casos en precarias condiciones socio-laborales, agravadas por la exposición a contaminantes peligrosos tanto en el entorno laboral, como en los barrios de residencia.

En los años 70 y especialmente en los 80, la cosecha de destrucción de recursos pesqueros y marisqueros y las graves situaciones de contaminación atmosférica generaron una notable preocupación en la población onubense. Ello propició la creación de un movimiento ecologista que estreno represión en sus primeras acciones contra los vertidos al mar por parte de Tioxide, empresa dedicada a la fabricación pigmentos para pinturas con óxidos de titanio. En el año 1984, una encuesta realizada por diario Odiel, daba como resultado que el 80% de la población onubense consideraba como “muy grave” o “gravísima” la contaminación. Entre las posibles alternativas, un 46,9% consideraba que había que “cerrar las empresas que no cumpliesen las medidas exigidas”, mientras que un 35,7% optaba por “trasladar el Polo a otro sitio alejado de la ciudad”. En consonancia con la presión pública que alcanzó durante esos años niveles de movilización ciudadana nunca antes conocidos en Huelva, partidos, sindicatos e instituciones oficiales propiciaron planes de control de vertidos y acuerdos para la reubicación de la industria química de la Avenida Montenegro (Punta del Sebo) en la medida en que esta fuese quedando obsoleta y cerrando.

La crisis de la minería del cobre y el cierre del total de minas de la provincia y posteriormente de la industria de fertilizantes, unidas a la nueva normativa ambiental derivada del ingreso en la Unión Europea propiciaron la disminución de la llegada de contaminantes y de vertidos directos a la ría y la mejora de la calidad del aire que dejó de ser cotidianamente irrespirable. Sin embargo, si bien los problemas más evidentes hasta entonces parecían tender a disminuir, se empezó a vislumbrar la herencia envenenada que había dejado el modelo de desarrollo legado por el franquismo. Mortandad por diferentes tipos de cáncer, gran incidencia de enfermedades respiratorias y alergias y conciencia general de seguir viviendo en situación de insalubridad que además supone un lastre para abordar alternativas de futuro en un comienzo de siglo XXI, marcado por la especulación inmobiliaria en las costas de Huelva y una toma de conciencia de la gravedad de los problemas ambientales globales. La movilización contra la instalación de nuevas industrias contaminantes y la denuncia por los episodios de contaminación recurrentes se une a la lucha por la recuperación de los espacios marismeños envenenados por los residuos generados y vertidos en cantidades industriales.

Las balsas de fosfoyeso: un vertedero descomunal de residuos peligrosos

Sin duda, el mayor exponente de este legado de destrucción lo constituye el macrovertedero de residuos industriales de las balsas de fosfoyeso, el más extenso de Europa. Nada menos que 1.200 hectáreas de marisma sepultadas a escasos 500 metros de la propia ciudad, conformando un paisaje lunar inhóspito en una de las márgenes del río Tinto y en lo que fuera hasta entonces un humedal de gran riqueza y biodiversidad, en consonancia con la vecina Reserva de la Biosfera de las Marismas del Odiel. Apenas dos empresas de las ubicadas en el Polígono Industrial de la Punta del Sebo propiciaron este desastre: Fertiberia, desde su creación en 1966 y con un vertido anual de 2,5 millones de toneladas, y Foret, con 0,5 millones de toneladas anuales, que incorporó su vertido a las balsas en el año 1995, concluyendo el que desde su creación en 1967 venía realizando directamente al río Odiel a través de un emisario.

Este aporte, tras 45 años de actividad, ha significado la acumulación de alrededor de 120 millones de toneladas de fosfoyeso, el residuo tóxico y peligroso generado en el proceso productivo de estas empresas de fertilizantes, como subproducto resultante de atacar la roca fosfórica base con ácido sulfúrico. Son importantes, además del yeso mayoritario, los porcentajes de flúor, plomo, arsénico, zinc, cobre y mercurio, junto con los elementos radiactivos de la familia del uranio 235, que se encuentra en trazas significativas y de forma natural en la roca original.

Residuos llaman a residuos

La degradación de la zona, además, ha servido de excusa para que las administraciones con competencia y responsabilidad en este desastre ambiental y sanitario, considerasen oportuna la acumulación de otros residuos. De esta forma también se abandonaron en las balsas una cantidad indeterminada de cenizas de pirita, lodos de dragados del estuario del Odiel, inertizados de diferentes industrias, residuos de la construcción procedentes de las poblaciones del entorno, voluminosos de la recogida selectiva y gran variedad de tóxicos de toda naturaleza, que encontraron aquí el camino más corto y económico para su gestión. La naturaleza inespecífica de la tarta tóxica generada, será un problema más a la hora de afrontar soluciones reales de descontaminación. De hecho, lo es ya por la facilidad de dispersión de los contaminantes, en una zona húmeda de gran facilidad para el drenaje o la escorrentía y exposición a los agentes físicos.

Entre estos diferentes agregados, los materiales inertizados procedentes de distintas industrias, propiciaron que en su día las cenizas radiactivas procedentes de la fusión de una pila de cesio en la planta de Acerinox en Los Barrios, viniesen a engrosar la lista de despropósitos acumulados en las balsas. Se sumaron 7.161 toneladas contaminadas con cesio 137. El Consejo de Seguridad Nuclear determinó, en una más de sus cuestionables decisiones, que solo dos transportes, con un total aproximado de 30 toneladas, fuesen retiradas a un depósito de seguridad, mientras el resto, a base de una simple protección de arcilla, permaneciese en la zona. El fosfoyeso, con sus considerables concentraciones de elementos radiactivos, pareció el nicho ideal para olvidar estos residuos sin necesidad de más medidas preventivas. Posteriores mediciones del laboratorio independiente CRII-RAD, auspiciadas por Greenpeace, determinaron las filtraciones y la dispersión del cesio hasta los esteros.

En otro sentido, en 1995 Fertiberia presenta ante la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía el “proyecto de reordenación de vertidos de yesos”, que afectaba a un tercio de la zona total ocupada, en las Marismas del Rincón, donde se situarían las dos grandes balsas, la de decantación y la de seguridad. Aprobado por la administración ambiental, permitiría el apilamiento hasta una altura de 25 m, aunque posteriormente, en 1998, sería motivo de apertura de expediente por parte de la Dirección General de Costas, por incumplimiento de las condiciones iniciales de vertido, que no permitían la superación de la cota de 5 m. Comienza un litigio por parte de la empresa que no finalizará hasta enero de 2009, cuando el Tribunal Supremo refrenda la sentencia previa de la Audiencia Nacional, que declaraba la caducidad de la concesión y que se traducirá en el cese de los vertidos de fosfoyeso a las marismas, el 31 de diciembre de 2010. Este cese significará la desaparición de la factoría de Foret aduciendo falta de rentabilidad económica al quedar obligada al tratamiento de los residuos.

El resto de las zonas afectadas por los vertidos, Marismas del Pinar y Marismas de Mendaña, han sufrido un proceso de cosmética ambiental, cofinanciado por la Unión Europea, consistente en la aplicación de una capa de tierra vegetal y la siembra de arbolitos. Lejos de cualquier recuperación admisible, el proceso no contempla más finalidad que la reducción de la capacidad de difusión de los contaminantes y la amortiguación de una parte de las emisiones radiactivas, camuflando bajo la alfombra el impacto visual de este basurero químico.

En la actualidad, y cuatro años después del cese de los vertidos, la administración permanece a la espera de la presentación definitiva de un programa de recuperación de las marismas por parte de Fertiberia, que sigue haciendo gala de su histórica prepotencia consentida. De manera simultánea, el abandono tanto de las instalaciones industriales, como de la vigilancia y control de los residuos son más que patentes.

No son más prometedoras las iniciativas de las administraciones competentes, que a base de empujones electorales, hacen gala de mejores intenciones que de hechos. En esta línea, e impulsado desde el Ayuntamiento de la capital, se ha constituido recientemente un órgano de participación, con el objetivo de buscar soluciones a la problemática de estos residuos, aunque está por ver su utilidad más allá de las promesas publicitarias indicadoras de la cercanía de las próximas elecciones municipales.

Descontaminación o recaída en más contaminación. El dilema de los próximos años

La apuesta por la industria energética como eje principal del Polo Químico de Huelva no ha acabado con el problema de la contaminación, sino que la ha convertido en más invisible, salvo cuando las emisiones de mecheros no monitorizados o los vertidos de petróleo o fuel ponen en evidencia lo que es una realidad cotidiana de emisiones de grandes cantidades de sustancias tóxicas como mercurio, benceno, óxidos de nitrógeno y de azufre y la enorme contribución de la industria petroquímica a las emisiones de gases de efecto invernadero causantes del cambio climático.

Algo similar sucede con una de las industria de la Avenida Montenegro, la fundición de cobre de Atlantic Copper, donde se fabrica también ácido sulfúrico y que es la responsable de la emisión de cerca de 15.000 kg de arsénico y de media tonelada de mercurio al aire de Huelva. Esto, unido al vertido de más de 8.000 kg de Arsénico a la ría, la convierte en la actualidad en la empresa más contaminante de la zona de la Punta del Sebo, sin que eso haya frenado los favores de la Junta de Andalucía, que le concedió este año su Premio de Medio Ambiente. Quizás tenga algo que ver en todo esto la larga mano del exsecretario de Estado americano Henry Kissinger, uno de los propietarios de esta empresa.

A estos problemas heredados, se viene a sumar la instalación en los últimos años de industrias y almacenamientos de combustibles de todo tipo, gasolinas, gasóleos y especialmente gas metano, cuyos procesos de transporte y transformación convierten el puerto exterior de Huelva en una zona de alto riesgo, en unas concentraciones que serían muy difíciles de encontrar en otro espacio similar. Aunque la locura de la refinería de Extremadura y sus instalaciones asociadas en Huelva parecen haber quedado definitivamente enterradas, llama la atención que los ministerios competentes hayan facilitado permisos de instalación a una térmica y un nuevo almacenamiento gasístico cuyo titular es el Marqués de Villar Mir. Este personaje, antiguo Ministro de Franco y uno de los principales actores de los papeles de Bárcenas como presidente de OHL, también es el dueño de Fertiberia.

El otro lado de la pinza contaminante, los vertidos de la minería, también vuelven a parecer como una peligrosa realidad cada vez más cercana. Tras el vertido de Aznalcóllar y el cierre de las principales minas, el discurso oficial ha estado publicitando la restauración de las zonas mineras degradadas, el sellado de sus puntos de vertido y la descontaminación y recuperación del río Odiel y sus afluentes, así como de algunas de las zonas degradadas del río Tinto. Con o sin publicidad, la consecuencia positiva del cese de la actividad minera supuso la llegada de menos contaminantes a la ría de Huelva. Pero ahora vuelve a cambiar el discurso dominante y la reapertura de las minas se ha colocado en el centro de las promesas políticas para la recuperación de la cuenca minera y del desarrollo de la provincia. La consecuencia es que no se quiere escuchar ningún mensaje preventivo, ninguna condición que pueda enturbiar el buen rollito con las empresas que cotizan en las bolsa de metales y que obtienen en el mismo paquete autorizaciones ambientales, derechos mineros y subvenciones, a la par que desaparecen valores ambientales y condiciones salariales y de salud y seguridad en el trabajo.

Los cánticos al modo Bienvenido Mr. Marshall y el vasallaje de la Junta de Andalucía ante las multinacionales de la extracción de piritas auguran nuevas malas noticias para las aguas de la ría de Huelva. Serán necesarios fuertes movimientos ciudadanos y profundos cambios en la actuación política para poder afrontar este periodo en el que bajo el paraguas del “Todo por el empleo” se oculta la espada del “Todo se puede destruir por el bien del negocio”.