Tras varios meses de negociaciones e intentos fallidos, la alemana Bayer acaba de adquirir, por 66.000 millones de dólares, a la multinacional estadounidense Monsanto, principal actor a nivel mundial en el mercado de las semillas modificadas genéticamente.

Si bien el sector semillero y de los agrotóxicos lleva décadas evolucionando hacia una mayor concentración (las seis empresas más grandes han adquirido más de 200 pequeñas empresas semilleras en los veinte años pasados desde la introducción de los primeros cultivos transgénicos en el mercado), estos últimos años han precipitado la velocidad de los cambios. Tras la unión de Dow y Dupont, seguida de la adquisición de Syngenta por parte de la empresa estatal china Chemchina, el resto de actores parecían obligados a fusionarse o desaparecer. La integración de Monsanto dentro de Bayer consolida el nuevo escenario del sector, que deja a BASF aislada.

Esta deriva oligopólica, aunque prevista, supone una mala noticia para la población: la toma de decisiones sobre qué tipo de alimentos y en qué condiciones se producen se encuentra cada vez en menos manos y cada vez más lejos de la ciudadanía. Aunque Monsanto se ha convertido en un símbolo de todos los demonios de la agroindustria, no existen grandes diferencias en la apuesta que todas estas multinacionales han hecho por el futuro de nuestra agricultura: un modelo fuertemente petrodependiente, concentrador de la propiedad y basado en el cultivo de grandes extensiones dedicadas a la especulación en mercados internacionales.

Para Ecologistas en Acción la apuesta global por este tipo de agricultura, y el modelo alimentario en el que se integra, está siendo uno de los elementos más dañinos para el cambio climático. La necesidad del cambio hacia un modelo agrícola-alimentario en términos de justicia ambiental y social resulta cada vez más acuciante, y noticias como la de la unión de Bayer y Monsanto no hacen sino llevarnos un paso más lejos.