La subida de las temperaturas, los cambios en la distribución de sus presas y los factores ocasionados por el cambio climático están afectando a los cetáceos.

Ana Aldarias, Tania Montoto. Área Marina de Ecologistas en Acción. Revista Ecologista nº 93.

Desde hace millones de años, los ecosistemas mantienen un equilibrio dinámico adaptándose a condiciones ambientales fluctuantes. El cambio climático, con un innegable origen antropogénico, está provocando a nivel global un desequilibrio en estos ritmos, lo que representa una de las mayores amenazas para la supervivencia de numerosas especies.

En los océanos se han estudiado y constatado muchos de los efectos del cambio climático. Sabemos que el aumento de la temperatura hace que los casquetes polares se derritan a mayor velocidad, que la acidificación de las masas de agua está provocando el blanqueamiento de los corales y que los cambios en el régimen de precipitaciones repercuten en la entrada de agua dulce en estuarios y manglares desestabilizando estos frágiles ecosistemas, entre otros muchos ejemplos.

Todo esto sin entrar a mencionar el aumento generalizado del nivel del mar, con consecuencias directas para nuestra propia distribución como especie. También la amalgama de impactos derivados del cambio climático se refleja en la estructura y funcionamiento de los ecosistemas marinos y sus especies.

Si nos preguntamos por los impactos a los que están sometidos actualmente los cetáceos, seguramente nos vienen a la cabeza los casos de pesca ilegal de ballenas, la ingestión de enormes cantidades de basuras marinas, colisiones con embarcaciones, varamientos masivos por maniobras militares y otros impactos acústicos como los derivados de las exploraciones sísmicas, etc. Además de estas, el cambio climático, al transformar las condiciones del medio marino, es una de las principales amenazas para estos grandes mamíferos.

La distribución de la mayoría de las especies viene definida por las interacciones entre las condiciones ambientales y los nichos ecológicos que estas ocupan. Así, la distribución de los cetáceos depende, entre otros, de la temperatura del agua, la profundidad y los factores que determinan la distribución o abundancia de sus presas. Además, otras variables relacionadas con el comportamiento de los cetáceos, como los requisitos para la reproducción o la evasión de depredadores, sin duda influyen a la hora de elegir la zona de residencia y distribución de estos animales.

En cualquier caso, todas las especies dependemos de recursos específicos que se encuentran en lugares y en tiempos específicos. Así, podemos relacionar cómo un cambio en la productividad y distribución del alimento, derivado de alteraciones en la temperatura y salinidad del agua, podría dar lugar a modificaciones en los patrones de migración o en las zonas de reproducción, entre otros.

Viajeras o residentes

Algunas especies de cetáceos se distribuyen por todo el globo, como es el caso de las orcas (Orcinus orca) y de las yubartas (Megaptera novaeangliae). Muchas recorren incluso grandes distancias en sus migraciones como el rorcual común (Balaenoptera physalus). Otras se mueven en zonas más limitadas, como la vaquita (Phocoena sinus) en la zona norte del Golfo de México.

Podríamos pensar que aquellas que tienen un menor rango de distribución se podrían ver más afectadas por los cambios derivados del calentamiento global, ya que dependen de condiciones ambientales muy específicas. En efecto, el cambio climático está sometiendo a estas poblaciones a mucho estrés; sin embargo, las especies con distribuciones más amplias también se ven afectadas.

Pongamos el ejemplo de una ballena que realiza largas migraciones estacionales y a su llegada a la zona de alimentación en el polo se encuentra sin sustento, justo cuando sus reservas están bajas por el esfuerzo del viaje o por los requerimientos adicionales de la reproducción. De la misma manera que las especies restringidas a zonas geográficamente limitadas son vulnerables, así lo son también aquellas que realizan grandes migraciones.

En los polos

Hay especies que solamente se encuentran en zonas cálidas, o frías, o templadas; y hay otras que se trasladan de un lugar a otro según la época, buscando zonas con más o menos temperatura, dependiendo de las necesidades dictadas por la etapa de su ciclo vital. El mayor impacto del cambio climático se está visibilizando en los polos, enfrentándonos así a cambios inminentes en los ecosistemas que dependen del hielo marino.

Las plataformas de hielo, gracias a su dinámica e influencia en los procesos oceanográficos que favorecen la producción primaria, aseguran el suministro de alimento para la mayoría de las especies de cetáceos. La pérdida de hielo provoca una alteración de la base de la red trófica lo cual tiene repercusión directa sobre el alimento de la megafauna. Así, por ejemplo, el narval (Monodon monoceros), la beluga (Delphinapterus leucas) y la ballena boreal (Balaena mysticetus), se ven indudablemente afectadas dada la evidente y conocida reducción de la cobertura de hielo en estas zonas.

En el océano Antártico se localizan alrededor de un quinto de las especies de cetáceos del mundo. Y las ocho especies de ballenas de barbas (mysticeti) que se encuentran allí, se alimentan casi exclusivamente de krill (Euphasia superba).

El krill (una especie de zooplancton similar a las gambas)es muy abundante y tiene un comportamiento gregario, concentrándose en áreas geográficas muy limitadas de los océanos polares. Además, tiene una estacionalidad muy marcada, adaptada a las condiciones de la Antártida y fuertemente ligada a los ciclos estacionales del hielo marino, ya que se alimenta de algas que solo crecen bajo el hielo. Al perderse cobertura de hielo, el krill pierde su fuente de alimentación y se rompe la cadena trófica.

El déficit de alimento puede tener graves consecuencias para la capacidad de reproducción y supervivencia de los cetáceos. Las ballenas deben ingerir varias toneladas de krill al día para ganar peso de cara a sus migraciones y poder tener las reservas suficientes para gestar. Además, la alteración de la alimentación de las ballenas en la zona antártica, afecta también a los ciclos de migración.

¿Ya llegó la primavera?

Muchas especies dependen de estímulos o señales ambientales que les indican cuándo es el momento adecuado para emprender sus movimientos migratorios o desarrollar las distintas fases de su ciclo vital. La alteración de estos estímulos por el calentamiento global (por ejemplo, los cambios en el inicio del deshielo en primavera o en la formación del hielo en otoño, así como, por lo general, los cambios de temperatura) pueden tener consecuencias importantes para las poblaciones y las comunidades de organismos.

No todas las especies se adaptan a estos cambios a la misma velocidad y la interdependencia entre especies (por ejemplo, entre el krill antártico y las ballenas que migran a esta zona de alimentación) requiere que sus ciclos de vida estén acoplados. Con la dificultad añadida de cuantificar los impactos bajo el mar y de monitorizar poblaciones de especies tan móviles, el cambio climático constituye una amenaza también para las especies de cetáceos. Ahora que sabemos que supone cambios en su distribución, o el reparto y abundancia de su presa, entre otros condicionantes.

Paradójicamente, las ballenas parecen tener un buen recurso para ayudar a mitigar el cambio climático, sus heces contribuyen al crecimiento de las algas que son a su vez responsables de la mayor absorción de CO2 en el planeta.