Las principales causas de la contaminación del aire están relacionadas con la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas). La combustión de estas materias primas se produce en los procesos o en el funcionamiento de los sectores industrial y del transporte por carretera, principalmente. Dentro del sector industrial habría que diferenciar entre las fábricas (por ejemplo, de cemento o acero) y las centrales de producción de electricidad (que producen la mitad de la electricidad consumida en nuestro país).

El reparto de responsabilidades en la contaminación del aire entre el sector industrial y el transporte por carretera está claramente desequilibrado hacia el transporte. Aproximadamente el 80% de la contaminación atmosférica en España está causada por el tráfico rodado.


Las sociedades modernas se han organizado en relación con el transporte, como en otros aspectos, a espaldas de los principios básicos de la Naturaleza. A medida que la humanidad ha ido tecnificando su entorno, los medios de transporte han adquirido un carácter más mecanizado, tendiendo a satisfacer dos tendencias básicas, con independencia de los problemas que pudieran acarrear: por un lado aumentar las velocidades y por otro propiciar la independencia relativa del usuario. Esta tecnologización del transporte, ha supuesto una mayor comodidad y eficiencia en el servicio pero, por otra parte, ha originado un crecimiento intolerable de los impactos ambientales y sociales asociados a esta actividad, entre ellos la contaminación del aire.

En España, el transporte emplea cerca del 40% del total de la energía consumida (la media comunitaria es del 30%), cifra que aumenta hasta el 50% si consideramos el ciclo productivo del transporte en su totalidad. Al considerar el ciclo completo del transporte no sólo se contabiliza el combustible que usa un vehículo para moverse (el gasto energético que ofrecen las estadísticas oficiales), sino que también se considera la energía consumida en la fabricación del propio vehículo, en la construcción de las infraestructuras por las que circula, en su mantenimiento, y, finalmente, en el achatarramiento del vehículo.

La carretera es hoy el principal medio de transporte y sigue ganando terreno respecto al ferrocarril, de tal forma que el crecimiento desbocado del transporte hay que achacarlo principalmente al incremento del transporte por carretera. El transporte por carretera supone el 90 % entre los diferentes medios de transporte, frente al ferrocarril que se queda en un exiguo 5 %. Dentro del transporte por carretera, el coche privado consume la mitad de los recursos energéticos, mientras que el transporte público únicamente el 3 %. El índice medio de ocupación de los vehículos privados es de 1,2 personas por coche. En la ciudad, la mitad de los desplazamientos que se realizan en coche son para recorrer menos de 3 kilómetros, y un 10 % para menos de 500 metros.

Lo mismo que sucede con el tráfico de viajeros, ocurre también con las mercancías, que se transportan fundamentalmente por carretera: un 70% del total como media en los países de la UE, que sube a más del 90% en el Estado español, lo que significa que el ferrocarril ha ido perdiendo importancia, abandonando líneas y servicios, hasta suponer en la actualidad sólo un 4,2% de este tráfico. Este declive del ferrocarril, ha coincidido con un gran incremento en el tráfico de mercancías, que se ha multiplicado por tres como consecuencia de la ampliación de la UE (con la entrada de España y Portugal entre otros) lo que está provocando graves problemas de congestión en las principales vías europeas, congestión que se produce ya a 100 km de las principales ciudades.

Por otra parte, el transporte de mercancías por carretera tiene un gran impacto ambiental, que además no deja de aumentar. A pesar de que los camiones pesados sólo suponen el 10% de los vehículos, emiten entre el 30 y el 40% de los óxidos de nitrógeno y de las partículas en suspensión. Son también responsables de la mayoría de las emisiones de dióxido de azufre, procedentes del transporte por carretera.

Esta situación de predominio no es el resultado de una evolución natural de la economía, sino que responde a unas políticas de transporte que han beneficiado a este medio en detrimento de otros a través de medidas fiscales, subvenciones y de construcción de infraestructuras (año tras año la carretera se lleva entre el 60 y el 70% de las cuantiosas inversiones en transporte), a pesar de ser el medio menos eficiente y que mayores problemas ambientales crea. Esta primacía dada al automóvil supone el abandono de la concepción del transporte como un servicio público que el Estado debe proporcionar a todos los ciudadanos, lo que significa la exclusión de todos los que no tienen coche o permiso de conducir, que cada vez encuentran más problemas de movilidad.

Asimismo, detrás de esta evolución se encuentran, no sólo las relativas ventajas de velocidad y comodidad, sino también el triunfo del modelo productivista a ultranza, impuesto desde los poderes públicos y privados. Este modelo desplaza a los usuarios y mercancías hacia el transporte privado y hacia los medios de transporte menos eficientes energéticamente.

En general, el transporte es considerado como una actividad económica más, cuyo estado óptimo es el del crecimiento indefinido y a la mayor tasa posible. En el Estado español, el crecimiento del transporte se distribuye de tal manera que son los medios de transporte que provocan más impacto ambiental los que disfrutan de un mayor apoyo e inversión públicos, por lo que son los que más crecen: automóvil, tren de alta velocidad y avión.

La falta de convicción de los políticos a pesar de los hechos se debe, en parte, a que la mayoría están inmersos en la cultura automovilística que promueven, intentando solucionar la congestión aumentando la capacidad de las vías, lo que provoca mayor afluencia de vehículos y, en breve tiempo, mayor congestión con más vehículos circulando. Persisten, así, en una política obsoleta que ya ha demostrado su ineficacia con creces desde hace más de treinta años.

LA INDUSTRIA

En diciembre de 2002 se cumplieron 50 años del gran episodio de “smog” en Londres. Un estancamiento de las condiciones meteorológicas propició un fuerte incremento de la concentración de los contaminantes atmosféricos, debidos a las emisiones gaseosas de la industria, durante cuatro días. Como consecuencia murieron 4.000 personas. Este evento no carecía de precedentes, pues desde los años 30 se venían reportando sucesos similares en países industrializados. Esto suponía la culminación de una tendencia que había dado comienzo con la Revolución Industrial del siglo XIX y su característica dependencia de la quema de combustibles fósiles.

Hace 20 años, tras la culminación de un periodo de exitosa reducción de los contaminantes atmosféricos tradicionales, se pensaba que a las concentraciones alcanzadas en los países desarrollados, los efectos adversos de la contaminación sobre la salud podían considerarse despreciables. Sin embargo, en las dos décadas siguientes, la contaminación atmosférica se ha vuelto a situar en un primer plano, emergiendo como un problema de salud ambiental de gran magnitud, causada principalmente por el transporte y dejando a la industria en un papel secundario aunque no trivial. No podemos olvidar que en los últimos años (2000, 2002, 2004, 2005) nuestro país ha superado el techo nacional de emisión de las Grandes Instalaciones de Combustión (que incluyen las centrales térmicas de producción eléctrica, pero también las refinerías y otros grandes emisores) para los Óxidos de Nitrógeno (NOx).

CONCLUSIÓN

En resumen, el transporte es el mayor causante de la contaminación atmosférica frente a la industria, ya sea la de fabricación o la de producción eléctrica. Dentro del transporte el vehículo privado es el principal culpable de la mala situación de la calidad del aire. Lo cual significa que el uso del coche provoca en gran medida el grave problema del que tratamos.