Todos los años, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) celebra el 16 de octubre el Día Mundial de la Alimentación. El lema escogido para este año es “Invertir en la agricultura para lograr la seguridad alimentaria”. Cabe preguntarse, sin embargo de qué seguridad alimentaria hablamos.

¿Una seguridad alimentaria basada en un sector agrícola que produce alimentos sanos sin dañar el medio ambiente, o una seguridad alimentaria en manos de la industria agroalimentaria?

En los últimos años estamos asistiendo a un alarmante proceso de concentración de la agroindustria. En un extremo de la cadena alimentaria, más del 70% del mercado mundial de pesticidas está en manos de 6 gigantes agroquímicos y se prevé que dentro de unos años sólo quedarán 3. Estas mismas compañías agroquímicas acaparan gran parte de las ventas mundiales de semillas, habiendo conseguido un lucrativo mercado cautivo con la venta de variedades transgénicas resistentes a sus propios herbicidas ; su objetivo es ahora consolidar este mercado, desarrollando una segunda generación de semillas manipuladas para “suicidarse” que obligarán al agricultor a comprar semilla todos los años, o cuyas características “ventajosas” sólo se expresarán cuando se apliquen determinados productos químicos en los campos de cultivo. En el otro extremo de la cadena, las 10 mayores empresas del sector de la alimentación controlan una cuarta parte del negocio mundial de la bebida y de los alimentos elaborados, y 10 grandes cadenas de distribución la cuarta parte de las ventas de alimentos.

De seguir así, en unos pocos años media docena de empresas transnacionales controlarán toda la producción de alimentos, desde la semilla a la mesa. En su informe “Situación de la Inseguridad Alimentaria, 2004”, la FAO reconocía el riesgo de marginalización de los agricultores y de aumento de la pobreza que supone este monopolio mundial, en el que la industria no sólo vende los insumos (semillas y agroquímicos) y fija las condiciones de producción, sino que además se queda con la mayor parte de los beneficios de la venta de alimentos. En España, por ejemplo, el agricultor en muchos casos sólo percibe el 25% del precio de venta al público de un producto. Los riesgos de este monopolio para el consumidor y para la seguridad alimentaria del mundo son obvios.

Por otra parte, la investigación agrícola está pasando a ser controlada crecientemente por el sector privado. Consecuentemente, una creciente proporción del I+D público, tradicionalmente más preocupado por las necesidades del agricultor, se está orientando hacia tecnologías relacionadas con el procesamiento de los alimentos y hacia una mejora genética de los cultivos dominada por los intereses de la agroindustria, y vinculada a un sistema de producción agrícola enormemente destructivo, no sólo a nivel ecológico, sino en términos de salud humana y de seguridad alimentaria. Una investigación cautiva, cuyas prioridades vienen fijadas por intereses industriales y cuya dependencia de la financiación privada es cada vez más acusada, resulta asimismo una evidente amenaza para la seguridad alimentaria.

En consecuencia, Ecologistas en Acción reclama en este Día Mundial de la Alimentación un apoyo decidido y urgente de todos los gobiernos para reorientar el sistema agroalimentario hacia una producción de alimentos saludables y para todas las personas, que contribuya a la conservación del medio ambiente y a mantener una población campesina cuyo saber y gestión del entorno y de la biodiversidad es crucial para el futuro de la alimentación. Denuncia asimismo, una vez más, la permisividad del gobierno y el respaldo del Ministerio de Agricultura ante la invasión del campo español y la alimentación por unos cultivos transgénicos que han favorecido este proceso de concentración industrial y suponen gravísimos riesgos para el futuro de la agricultura, y se solidariza con las personas acusadas en Cataluña de la destrucción de campos experimentales ilegales de transgénicos.