Alimentación y ecosistema interno.

Alba Maiques Díaz, Investigadora en Biomedicina, Ecologistas en Acción. Revista El Ecologista nº 88.

Somos un ecosistema. Nuestro cuerpo, no sólo está formado por un conjunto de células, tejidos y órganos. Alberga, además, infinidad de bacterias que son beneficiosas. Es más, sin ellas en su correcto número, tipo y proporción, enfermamos. Conocer su existencia y qué papel tienen nos puede ayudar a ser más conscientes de que lo que comemos importa mucho más de lo que pensamos.

Nuestros cuerpos están cohabitados por unos cien trillones de organismos vivos microscópicos, principalmente bacterias, pero también hongos, protozoos, virus y arqueas. ¿Cómo puede ser? ¿No se supone que todos los microorganismos son peligrosos? ¿No debemos eliminar todas las bacterias de nuestro cuerpo y vivir “limpios”? La realidad es que NO: necesitamos estar cohabitadas por un sinfín de microorganismos para que todo funcione correctamente.

Tenemos bacterias en diferentes partes de nuestro cuerpo: en la superficie y en las capas más profundas de la piel (microbiota cutánea), en la boca (microbiota oral), en la vagina (microbiota vaginal), y la más numerosa: la intestinal. Nuestra microbiota intestinal contiene 100 billones de microorganismos incluyendo, como mínimo, 1.000 especies diferentes de bacterias. De hecho, ¡puede pesar hasta 2 kg! Y más interesante aún: sólo un tercio de nuestra microbiota intestinal es común a la mayoría de la gente, los otros dos tercios son específicos en cada persona. Suele ser similar entre miembros de una misma familia o personas viviendo en las mismas regiones, pero podríamos describirla como nuestra huella dactilar interna: es única.

Aunque la noción de que estos microbios influyen en la salud humana no es reciente, el alcance de su contribución al correcto funcionamiento de nuestro organismo se ha empezado a descifrar hace poco. Cada vez está más claro su papel en enfermedades autoinmunes (cuando nuestro sistema inmune ataca por error nuestro propio cuerpo) de afección intestinal como colitis ulcerosa o Crohn, y no intestinal como artritis, psoriasis o diabetes, con las alergias, el asma, la obesidad…pero también con nuestros sistemas hormonales y nerviosos. Curiosamente, muchas de estas enfermedades tienen una alta prevalencia en las sociedades occidentales, y son minoritarias o casi inexistentes en países menos industrializados.

¿Quiénes son y de dónde vienen?

Hoy en día se empieza a considerar la microbiota intestinal como un “órgano adquirido” ya que nacemos estériles: la colonización del intestino comienza justo después del nacimiento y evoluciona a medida que crecemos. El único sitio donde habitamos que está completamente libre de microorganismos exógenos es el interior del útero materno y, nada más nacer, nuestro aparato digestivo es rápidamente colonizado por microorganismos: los de la madre (de origen vaginal o de la piel, según sea parto natural o cesárea) y los del entorno. Desde el tercer día de vida, la composición de la microbiota intestinal depende directamente de cómo el bebé es alimentado. La composición de la microbiota se estabiliza alrededor del año de vida y, a partir de ahí, las variaciones serán pequeñas (aunque, como veremos, puede ser modulada por la dieta). La calidad de la exposición, cuidado y establecimiento de estos microorganismos en las etapas tempranas de la vida es crucial. Por ejemplo, la microbiota intestinal de los bebés amamantados estará expuesta a la composición de la leche materna (lípidos, ácidos grasos, proteínas y una gran cantidad de azúcares complejos) que no se encuentra en las fórmulas comerciales, y estará dominada principalmente por bifidobacterias: bacterias altamente beneficiosas que nos ayudan a establecer una correcta barrera intestinal y a desarrollar el sistema inmune (de ahí la recomendación de alimentar al bebé al menos durante 6 meses con leche materna). Por el contrario, las situaciones de malnutrición infantil o durante el embarazo, están directamente relacionadas con una microbiota alterada, y tienen efectos muy graves (y muchas veces irremediables) en la salud a largo plazo [1].

Cada vez parece más claro que nuestra microbiota intestinal puede ser modulada, dando gran validez al “somos lo que comemos”. Un estudio reciente ha demostrado que la composición de la microbiota intestinal cambia significativamente y de manera rápida en función de los alimentos que ingerimos. Para demostrarlo, analizaron la composición de bacterias en once personas sanas, que ingirieron durante cinco días una dieta vegetariana (arroz, tomate, calabaza, lentejas, plátano, etc.), otra semana siguieron su dieta habitual y equilibrada, y finalmente pasaron cinco días comiendo exclusivamente productos animales y grasos (huevos, bacón, ternera, jamón, queso). El análisis demostró que en solo tres días de cada cambio dietético la actividad y composición de las bacterias intestinales experimentaba variaciones importantes. Por ejemplo, la dieta carnívora aumenta la concentración de microorganismos tolerantes a ácidos de la bilis (necesaria para digerir la carne) y reduce el número de aquellos que metabolizan los polisacáridos vegetales [2]. La velocidad de estos cambios es sorprendente, y muy interesante, ya que abre la puerta a que los cambios de dieta puedan utilizarse como forma de controlar enfermedades autoinmunes o metabólicas en las que se está descubriendo que la microbiota juega un papel importante.

¿Cómo nos ayudan?

Entre otras muchas funciones ya conocidas, y otras aún por descubrir, las bacterias intestinales nos ayudan a digerir ciertos alimentos que el estómago y el intestino delgado no son capaces; contribuyen a la producción de algunas vitaminas (B y K); compiten por el espacio (limitado) de nuestros intestinos ayudando a combatir la aparición de microorganismos potencialmente patógenos; mantienen la integridad de la capa que recubre internamente el tubo digestivo (mucosa intestinal), donde residen aproximadamente el 60% de la células del sistema inmune [3]; e intervienen en la producción de serotonina, un neurotransmisor implicado en funciones como regular el apetito, la temperatura corporal, y estados de ánimo como el miedo, humor, ansiedad [4].

Regulando el sistema inmune

Uno de los sistemas más complejos del cuerpo es sin duda el inmune, que es capaz de reconocer lo propio (nuestras células) frente a cualquier elemento extraño (exógeno) y eliminarlo. Se trata de un sistema adaptativo, tiene memoria, y gracias a ello es capaz de responder de forma muy rápida ante cualquier agente extraño ya reconocido en el pasado. Está medido, por los linfocitos T y linfocitos B, las células que patrullan nuestro organismo reconociendo su existencia y desencadenando la respuesta ante ellos.

Y todo esto, ¿qué tiene que ver con las bacterias intestinales? Resulta que mucho. En las paredes intestinales existen zonas especializadas donde se acumulan linfocitos T y B desde antes de nuestro nacimiento. Cuando las bacterias colonizan nuestro intestino por primera vez tras nacer, comienzan a interaccionar con estas zonas ayudando y promoviendo su desarrollo. Mediante procesos celulares complejos (y aún no del todo entendidos), el reconocimiento de nuestras células intestinales a determinados componentes bacterianos induce procesos químicos que permiten el desarrollo y maduración de los linfocitos B y T [3]. Aún estamos lejos de comprender cómo funciona este diálogo entre bacterias y sistema inmune y cómo se altera en procesos de enfermedad. Pero cada vez son más las evidencias de que una flora intestinal alterada está directamente relacionada con el desarrollo de múltiples enfermedades autoinmunes y metabólicas [5].

Estamos perdiendo biodiversidad interna

Las sociedades occidentales industrializadas estamos perdiendo nuestra biodiversidad bacteriana interna. Llevamos y transmitimos microbiotas alteradas y deficientes, lo que supone un impacto directo en nuestra salud. Podemos visibilizar nuestra microbiota intestinal como un bosque: puede estar compuesto por diferentes especies de árboles, arbustos y plantas según su situación geográfica pero, en conjunto, todas cumplirán las mismas funciones y mantendrán un equilibrio ecológico necesario. Si se produce una alteración, como una plaga o un incendio, dependiendo de la gravedad, el bosque será capaz de recuperarse por sí mismo, o habrá llegado a un punto de no retorno y será necesario intervenir para restablecer su equilibrio. O si determinadas especies se extinguen, estaremos perdiendo funciones importantes de ese ecosistema que no serán recuperadas. Lo mismo ocurre con nuestro ecosistema interno. En los últimos años, estamos sufriendo un aumento de enfermedades autoinmunes y metabólicas que pueden tener relación directa con un sistema immune mal educado porque hemos perdido bacterias intestinales claves que lo regulan. De hecho, la mayor diversidad de bacterias intestinales se ha encontrado en una población aislada de indios Yanomami, en la selva Amazónica. Analizando la composición de sus bacterias (con muestras fecales, de saliva y piel) se ha demostrado que los Yamomami tienen, al menos, el doble de diversidad bacteriana que los norteamericanos, y un 40% más que otras poblaciones indígenas (Amerindios de la Guajira Venezolana y comunidades rurales de Malawi) ya en contacto con formas de vida occidentales [6]. Este descubrimiento pone de manifiesto que las formas de vida de nuestras sociedades industrializadas tienen un impacto directo en la biodiversidad de la microbiota.

Otra práctica que altera de forma directa nuestra biodiversidad interna es el abuso de los antibióticos, sobre todo durante la infancia. Se ha demostrado como el consumo de antibióticos durante las primeras etapas de la vida causa cambios progresivos en la diversidad de la biota intestinal que tienen un efecto directo en la masa corporal y ósea. Estos cambios son directamente proporcionales al tipo de antibiótico y número de veces que fue ingerido. Aunque aún no se ha realizado un análisis similar en personas, queda bastante claro que abuso de antibióticos durante la infancia altera la microbiota bacteriana y su habilidad para adaptarse al estrés [7].

Es necesario mantener nuestro equilibrio ecológico interno

Aunque en la mayoría de los casos nuestra microbiota intestinal suele sobreponerse a cambios, como la toma de un antibiótico por ejemplo, en algunas situaciones puede aparecer una pérdida de balance en su composición. Nos encontramos entonces frente a una disbioisis [8].

Efectos sobre el organismo de la disbiosis Factores que afectan a nuestras bacterias intestinales
Baja energía
Malestar general
Aumento de la permeabilidad del intestino
Inducción de respuestas inmunes
Medicina (especialmente antibióticos)
Azúcar refinado
Estrés emocional
Infecciones
Descenso en la ingestión de probióticos naturales

Para conseguir restablecer nuestro organismo, podemos ayudar a nuestra microbiota intestinal mediante el uso de prebióticos y probióticos:

  • Los probióticos son microorganismos vivos que ayudan a mejorar la salud cuando se administran en cantidades adecuadas. Pueden encontrarse en muchos productos como alimentos o suplementos. Los más comunes son las especies de Lactobacillus y Bifidobacterium, pero también la levadura Saccharomyces cerevisiae, y algunas especies de E.coli y Bacillus. El objetivo de tomar probióticos es ayudar a recuperar la microbiota intestinal normal cuando se ve alterada (disbiosis), por ejemplo, por el uso de antibióticos o para prevenir la diarrea asociada a determinados medicamentos. La mayor evidencia clínica de los probióticos está asociada a su uso en mejorar la salud intestinal y estimular el sistema inmune.
  • Los prebióticos son determinados ingredientes fermentados que inducen cambios específicos en composición o actividad de la microbiota intestinal, funcionando como “alimento” para las bacterias beneficiosas en detrimento de las potencialmente dañinas. De esta manera, ayudan a la microbiota intestinal manteniéndola equilibrada, íntegra y diversa. Se pueden encontrar de manera natural en muchos alimentos como el trigo, cebollas, plátano, miel, ajo, puerros, espárragos, alcachofas, avena y soja, aunque en algunas situaciones será necesario tomarlos mediante suplementos para conseguir las cantidades adecuadas.

En resumen: es imprescindible saber que, cuando comemos, millones de trillones de bacterias en nuestro intestino están comiendo con nosotros y nosotras, y que mantener un buen ecosistema interno, tener una microbiota saludable y equilibrada, es fundamental para asegurar el correcto funcionamiento de nuestro organismo. Tomar consciencia de la importancia que tiene nuestra alimentación y formas de vida (incluido el uso de medicamentos) desde etapas tempranas de la vida, y valorar que podemos controlar o ayudar al control de muchas enfermedades crónicas mediante la alimentación. Es importante además, asegurar que estas investigaciones y conocimientos sean públicos, se efectúen pensando en avanzar hacia una medicina holística y preventiva, y en mejorar la calidad y la autogestión de nuestra salud.

Notas

[1] Subramanian S, et al. (2015) Cultivating healthy growth and nutrition through the gut microbiota. Cell 161: 36-48.

[2] David LA, et al. (2014) Diet rapidly and reproducibly alters the human gut microbiome. Nature 505: 559-563.

[3] Maynard CL, et al. (2012) Reciprocal interactions of the intestinal microbiota and immune system. Nature 489: 231-241.

[4] Yano JM, et al. (2015) Indigenous bacteria from the gut microbiota regulate host serotonin biosynthesis. Cell 161: 264-276.

[5] Por poner un ejemplo de los muchos que hay, se puede ver este artículo sobre lupus y disbosis : Hevia A, et al. (2014) Intestinal dysbiosis associated with systemic lupus erythematosus. MBio 5: e01548-01514.

[6] Jose C. Clemente, et al. (2015) The microbiome of uncontacted Amerindians. Science Advances.

[7] Nobel YR, et al. (2015) Metabolic and metagenomic outcomes from early-life pulsed antibiotic treatment. Nat Commun 6: 7486.