G.A.N. Madroño-Ecologistas en Acción de Bonares, ha celebrado el Día Forestal Mundial, con los padres, madres y familiares de los niñ@s nacidos en el año 2006. con una asistencia de las tres cuarta partes de los nacidos en esta localidad, 55 recién nacidos, han podido plantar un Árbol conmemorando su nacimiento, gracias a la voluntad de sus padres. En un acto sencillo, los pequeños han sido presentados a la Madre Naturaleza, hermanados con los árboles, símbolos de vida en todas las cultura. Poetas, músicos y pintores alimentaron su inspiración con la legendaria presencia de los Árboles. Unos vieron en los bosques el símbolo de la sociedad libre y dichosa que ansiaba, otros han recogido en sus notas los mágicos murmullos del bosque.

En la historia y el arte, en la vida diaria de todas las personas El Árbol, por un motivo u otro tiene un papel relevante, sea cual sea el país donde vivamos y la época que nos haya tocado vivir. Hoy, que el hombre tiende a confundir raíces con cimientos y ladrillos, paisaje con turismo y naturaleza con materia prima, poner un trozo de vida en el vientre parturiento de la tierra me devuelve la confianza en volver a ser lo que nunca debimos dejar de ser, HIJOS DE LA TIERRA Y NO PARÁSITOS DE ELLA.

Con esta esperaza, Ecologistas en Acción de G.A.N. Madroño, viene implicando a los vecinos de Bonares, en la ardua tarea de preservar el bosque autóctono del enclave a restaurar, en esta ocasión se han plantado 80, alcornoques, en el paraje de «El Pocito», en las inmediaciones del área recreativa «El Corchito», zona publica, cuyo suelo reúne las condiciones favorables para plantar esta especie. El acto ha estado enriquecido con la narración de una poetisa local, Leonor Montes y el poeta y escritor Gaditano, Manuel Rubiales, ambos han conjugado, arte, poesía y naturaleza en un enclave propio de primavera. los pequeños participantes se les hará entrega de un diploma recordatorio del acto, acompañado por los poemas narrados.

Os ponemos a continuación el texto leido por el escritor y poeta gaditano Manuel Rubiales:

Plantar un árbol…, plantar un árbol es perpetuar la vida, ese sustantivo misterioso al que tanto castigamos. Plantar un árbol es un acto de reconciliación con nuestra esencia, con nuestro origen, más olvidado cuanto más grises se vuelven los cielos que cubren estos tiempos de codicia y de egoísmo. Hoy, que el hombre tiende a confundir raices con cimientos y ladrillos, paisaje con turísmo y naturaleza con materia prima, poner un trozo de vida en el vientre parturiento de la tierra me devuelve la confianza en volver a ser lo que nunca debimos dejar de ser, hijos de la tierra y no parásitos de ella.

Nuestros hijos, que han de recoger el testigo de nuestras enmiendas, no de nuestros errores, son los que hoy han de ver el árbol que plantamos como un hermano y no como un objeto estéril, como un símbolo de crecimiento unido a ellos para siempre, a los futuros hombres y mujeres capaces de recordar no sólo este día, sino todos los que estén por venir, jugando a su alrededor, aprendiendo, despertando al mundo, cobrando los primeros besos a su sombra, incluso grabando en sus troncos corazones llenos de amor adolescente, y mañana, en ese futuro incierto y mejorable, vendrán aqui, también con sus hijos, y podrán decir emocionados: Mira…, este es el árbol que yo palnté, fíjate, hijo mío, qué hermoso y que frondoso se conserva…

Igual que de el hermano soy sangre de su sangre, del árbol soy savia de su savia, de cada herida en su corteza brotan cicatrices en mi carne, cada gota de lluvia me alimenta y cada helada me encoge el pecho; contemplando como cada día perdemos parte de nuestro verdadero patrimonio, cada día vemos más mermado el derecho a disfrutar de nuestro entorno para beneficio de quienes entienden que este privilegio se paga con dinero, con alambradas que parcelan la naturaleza, con muros que rompen la visión del horizonte y necesitamos, más que nunca, volver a sentirnos invitados del planeta y no sus invasores, agradecer el tributo mágico de oir al viento silbando entre las ramas, esa primera música que sedujo al ser humano que fuimos, curar los mordiscos que hemos dado a la mano generosa que nos ha alimentado durante millones de años y abrazar a los árboles, intensamente, abrazarlos como se abraza al amigo que regresa del olvido.

Hace años, siendo apenas un niño, empecé a adquirir costumbres que para la mayoría de la gente eran cosa de locos, de poetas o de ilusos, contar estrellas, hablar con la luna, tumbarme o rodar sobre la tierra, hundir los dedos en la arena recién mojada por la lluvia, recoger conchas en la bajamar o piedras en el campo, leer un libro bajo la luz del sol y, algunas veces, abrazarme a los árboles. Os invito a probarlo, a que os dejeis llenar de vida, a desprenderos de las tensiones inútiles y los complejos que nos alejan de la parte más ingenua de nuestra esencia. Abracemos a los árboles. Demostremos que lo que hacemos hoy no es un acto aislado, una liturgia con fecha de caducidad y sentencia de olvido, demostremos que plantar un árbol es adquirir un compromiso vital con nuestra madre Tierra, vincularnos a ella con alianzas invisibles pero tan fuertes como fuertes son las cosas que se quedan atadas al alma, ese lugar donde se percibe la risa de los seres que no tienen cara. Abrazad a un árbol y vereis su sonrisa, su rostro imperceptible de sana felicidad, sentireis su pálpito, su respiración y sus ganas de decirnos: “Llevo siglos esperando tu regreso, bienvenido hermano, bienvenido, de nuevo, a la tierra…” La tierra que nos alimenta, la que se convierte en recipiente de nuestros recuerdos, en el lienzo desde el que se elevan los arcoiris, en lecho donde dormir nuestros sueños, la tierra agradecida que nos ofrece el cobijo y sólo nos pide a cambio el sencillo gesto de amarla, la tierra invertebrada y blanda que hoy se deja horadar por las manos más limpias, las que están aún por formar, las que aún podemos llenar de las mejores intenciones y los más hermosos proyectos.

Quiero daros las gracias por venir, por estar aquí, las gracias por arañarle a la monotonía este oasis de esperanza, por colaborar a multiplicar la vida, por sembrar el símbolo de nuestro porvenir, por ser otro grano de arena en la arena fértil donde ha de crecer la conciencia, por tener, al menos, una razón para desdecir al nóvel Saramago cuando dice que el ser humano no merece el don de la vida, yo creo que si, que aún nos quedan algunas razones para devolvernos la confianza y muchos árboles que seguir plantando. Gracias, en definitiva, por ser los próximos abrazadores de árboles de este recalentado planeta.

Bonares, Huelva, 18 de marzo de 2007.