Cuando los ciudadanos que pueblan un país, con total independencia de siglas y tendencias toman la decisión de unirse en un frente común para defenderlo, algo muy grave tiene que pasar en él. Y en el País Valenciano está pasando. De un extremo al otro de su territorio
y lo más sangrante, lo más doloroso, es que las causas de esta gravedad extrema que está poniendo a toda nuestra tierra y todo nuestro mar en situación casi terminal no son, en su mayoría, achacables a enemigos foráneos: provienen de dentro. Son fruto de los intereses privados, la falta de conciencia social y la irresponsabilidad de un puñado de personas, probablemente comparables a los antiguos señores feudales que se consideraban así mismos con todos los derechos, incluido el de pernada, sobre gentes y haciendas. Y que los ejercían con total impunidad, sin importarles en absoluto los destrozos que su actitud pudiera provocar. Y esos es lo que, ahora mismo, en el País Valencia está pasando. De un extremo a otro de su territorio.

Cuando la voz de los ciudadanos disconformes con una realidad destructiva es sistemáticamente desoída y ninguneada, algo está fallando.

Cuando las agresiones al medio ambiente se multiplican hasta el infinito sin que ningún poder les ponga freno, algo está fallando.
Cuando los promotores inmobiliarios condicionan y dirigen, sin el menos disimulo, las decisiones de los políticos, algo está fallando.
Cuando la especulación salvaje cobre carta de naturaleza hasta el último rincón del País Valencia, y uno tras otro van siendo arrasados paisajes irrecuperables, espacios protegidos, parques naturales y reservas ecológicas, algo esta fallando.

Cuando los planes urbanísticos se trazan de forma disparatada, fuera de cualquier lógica y sentido común y a sabiendas de que su realización acarreará gravísimos problemas, por ejemplo de abastecimiento de agua, algo está fallando.

Cuando un país que siempre estuvo afianzado sobre la agricultura y la industria tira por la borda sus valores, sus tradiciones, sus hábitos y hasta su carácter, y concentra todas sus expectativas de progreso en un turismo que evidentemente ha tocado techo porque, harto de cemento, empieza a decrecer para irse a otros espacios más limpios, más respetuosos con el medio ambiente y menos súper poblados, algo está fallando.

Cuando la sobreexplotación disparatada de un territorio, promovida solo por el afán de acumular millones a costa de lo que sea, lo deja cada día más yermo y esquilmado sin que ninguna autoridad lo impida, algo está fallando.

Cuando los dineros públicos se invierten sin recato ni prudencia en macroproyectos horteras y ruinosos que solo enriquecen a unos cuantos especuladores, casi siempre los mismos, dejando las arcas del pueblo entrampadas para decenios, algo está fallando.

Cuando la salud y el bienestar de los ciudadanos importa mucho menos que el enriquecimiento privado, y se respaldan desde la Administración actuaciones agresivas, derrochando los recursos propios hasta agotarlos, algo está fallando.

Cuando se pretende, con discursos maniqueos que deforman la verdad, que los escasos pequeños agricultores que aún sobreviven de puro milagro, dependan exclusivamente del agua que venga de fuera, mientras aquí ni se vigilan, ni se persiguen, ni se castigan los malos usos y los despilfarros que los millonarios que presumen de agricultores hacen con la nuestra, algo está fallando.

Cuando se permite que transformen, irreparablemente, la hermosura y la grandeza que siempre caracterizaron al País Valencia en un inmenso circo de las vanidades, un parque de atracciones paleto y un cortijo de señoritos, algo está fallando.

Fallan muchas cosas, demasiadas, a lo largo y a lo ancho de nuestro territorio. Y cuando algo falla, hay que cambiarlo. Hay que cambiar actitudes, modelos, planes y actuaciones. Y hay que cambiar las leyes para que puedan amparar, proteger, impulsar y garantizar ese cambio.
Porque, para nuestra desgracia, el patrimonio que heredamos y hemos permitido que nos destruyan, ya nunca lo podremos recuperar. Pero, si nos quedamos cruzados de brazos, lo poquito que todavía conservamos acabaremos perdiéndolo para siempre, y antes de lo que pensamos. Y entonces solo nos quedará una opción: llorar.

Es por eso que hoy, los ciudadanos de todo el País nos estamos manifestando en Valencia, Castellón y Alicante, para expresar colectivamente, una vez más, nuestra disconformidad con esta degradación de la tierra y de la democracia, y nuestra exigencia a aquellos que desde el poder tendrán dentro de poco la capacidad para hacerlo, que desde el primer momento den los pasos necesarios para parar esta destrucción planificada, y empezar un periodo de reflexión, indispensable para elaborar con el máximo consenso social, las nuevas leyes y los nuevos modelos que garanticen que la democracia sea un instrumento de la ciudadanía y no una excusa para corromper y especular, y que esta tierra continue siendo tierra, y que esta tierra continue siendo nuestra tierra.

Manifiesto de Compromís pel Territori