Urge el cierre de esta central nuclear.

Carlos Alonso Cidad, activista de Ekologistak Martxan y la Coordinadora contra Garoña. Revista El Ecologista nº 69.

Fukushima ha activado unas cuantas alarmas y ha despertado también algunas conciencias. La gravedad de esa sucesión de accidentes nucleares, cuyas consecuencias sobre la salud de la población y el medio ambiente siguen siendo muchas semanas después todavía impredecibles, debe enseñarnos además algunas lecciones.

La primera es que revisar al alza la seguridad de las centrales nucleares no es suficiente. Algunas deben ser cerradas definitivamente de forma inmediata. Sin más demora. En nuestro caso, Garoña es el más claro ejemplo de ello.

La central nuclear de Santa María de Garoña (ubicada en el norte de Burgos, en Valle de Tobalina) es la hermana gemela del reactor 1 de Fukushima: conectadas ambas a la red en el mismo año (1971), con la misma tecnología (BWM o agua en ebullición), el mismo sistema de contención (Mark I, cuestionado desde hace décadas) y con similar potencia (460 y 439 MW respectivamente).

Intercambio con Fukushima

No es casual que hace ahora un año, en junio de 2010, técnicos japoneses de Fukushima estuvieran en Garoña en una visita de intercambio (benchmarking lo llamaba la revista Info de Nuclenor). Takeyuki Inagaki, Director de Mantenimiento de las unidades 1 y 4 de Fukushima, preguntado sobre el cierre de Garoña declaraba “con nuestra unidad 1 elaboramos hace diez años un informe técnico y evaluamos la posibilidad de operar hasta los 60 años concluyendo que técnicamente podíamos hacerlo. Ahora hemos evaluado otra vez la operación hasta los 60 años y hemos vuelto a concluir que es posible”. Eso ya no será posible.

Los voceros del lobby nuclear han querido remarcar que aquí no es posible un terremoto de esas características ni un posterior tsunami. Pero nada han hablado de los graves fallos técnicos y el total descontrol humano que siguieron a ese inicio catastrófico del accidente japonés. Ni han querido hablar de otros graves accidentes que tuvieron distinto origen, pero algunas coincidencias en su evolución (Harrisburg, 1979, Chernóbil, 1986): una cadena de fallos en los sistemas de seguridad y de errores humanos, producto de la improvisación y las difíciles condiciones de actuar en un entorno radiactivo. Y, una vez más, lo que nunca podía suceder resulta que ha sucedido.

Prorrogada hasta 2013

Prolongar la vida de Garoña hasta el cumplimiento de la última prórroga concedida por el Gobierno Zapatero (hasta 2013) es una irresponsabilidad. Ir más allá en el tiempo, como sigue pretendiendo Nuclenor y el sector nuclear (PP y las eléctricas, especialmente), es una invitación al suicidio colectivo.

Y no hay razones de peso para afrontar ese grave riesgo. Garoña es una central vieja y deteriorada, insegura, con una pésima cultura de seguridad y sobradamente amortizada. Eso explica parcialmente los enormes beneficios económicos que produce a sus propietarios. Pero socialmente es innecesaria. Hoy supone aproximadamente un 0,6% de la potencia eléctrica instalada y en torno al 1,5% (según años) de la electricidad consumida en el Estado español. Una aportación prescindible y sustituida hace tiempo por el avance en energías renovables.

Por eso, la central nuclear más antigua en funcionamiento en el Estado español (desde 1971) y la única que queda de primera generación (Vandellós I cerró en 1989 por accidente y Zorita en 2006 por decisión política adoptada en 2002) debe cerrar inmediatamente. No podemos esperar que la cierren hechos como los acaecidos en Fukushima.

La reciente recarga de combustible para dos años (realizada en mayo de 2011) no justifica la continuidad de su producción eléctrica. La dirección de Garoña no pudo celebrar públicamente el 40 cumpleaños, como tenía previsto. Era un escarnio hacerlo coincidir con la sangrante actualidad de los gravísimos sucesos que estaban ocurriendo en Fukushima. El sentido común debe impedir que celebre su 41 aniversario.