Colaboración especial nº 50.

Carlos Taibo. Revista El Ecologista nº 50.

A mediados del siglo XIX, en el Manifiesto comunista, Marx y Engels realizaron un elogio ardoroso del capitalismo de su tiempo, en el que apreciaban un innegable impulso de progreso. Aunque los dos autores invocados en modo alguno ignoraron la dimensión de ingente injusticia que acarreaba el propio capitalismo –de hecho dedicaron toda su peripecia intelectual a su denuncia–, acaso no está de más que uno mantenga alguna distancia con respecto a la primera dimensión reseñada.

Ningún motivo hay para negar, sin embargo, que el capitalismo es un sistema que ha demostrado de siempre una formidable capacidad de adaptación a los retos más dispares. El gran debate del momento que vivimos es el que se pregunta, con todo, si al amparo de la vorágine globalizadora, y de la consiguiente rapiña, el capitalismo no está perdiendo los mecanismos de freno que otrora lo salvaron. Y es que la globalización en curso, de la mano de una apuesta inmoderada en provecho de la gestación de una suerte de paraíso fiscal de escala planetaria, del designio de permitir que los capitales se muevan sin cortapisa alguna, del propósito de alentar un progresivo arrinconamiento de los poderes tradicionales y, en suma, de un franco olvido de cualquier consideración de cariz humano, social y medioambiental, bien puede abocar en un caos generalizado que escape del control y de los intereses de quienes pusieron en marcha el proyecto correspondiente.

No parece, por lo demás, que las medidas que abrazan hoy los poderosos del planeta –y estoy pensando tanto en la UE como en EE UU– lleven camino de aminorar el caos global en que nos adentramos. Más bien parece, muy al contrario, que –merced a agresiones militares, enconadas disputas sobre las materias primas energéticas y atentados contra el medio– llevan camino de acrecentarlo. Y no nos engañemos mucho al respecto: aunque del caos pueden nacer respuestas imaginativas, lo más sencillo es que se derive un sufrimiento ingente para la mayoría de los habitantes del planeta.