Paisajes de roca y agua.

Alfredo Ortega Sirvent. Revista El Ecologista nº 71.

Al sureste de la provincia de Cáceres se levanta el que probablemente es el más extenso macizo montañoso de Extremadura. Una tierra aislada, agreste y refractaria a las vías de comunicación, cuyos ambiguos límites se difuminan entre las comarcas de Las Villuercas, Los Ibores y la Jara cacereña.

Las piedras más antiguas

Las Villuercas son un conjunto de crestas y valles, que culminan en los 1.601 metros del pico Villuercas, el techo de la cordillera Oretana. Geológicamente hablando se trata de un grupo de anticlinales y sinclinales de orientación armoricana, que arrastran tras de sí una compleja historia.

Durante el paleozoico, la región formaba parte de un mar primigenio en el que se acumularon ingentes cantidades de sedimentos los cuales originarían las rocas cuarcíticas tan representativas de la sierra. Más tarde, estas rocas fueron plegadas en forma de colosales relieves que, posteriormente, los agentes erosivos arrasaron intensamente. En el penúltimo capítulo de esta génesis, los movimientos de la corteza terrestre levantaron de nuevo las cimas y se desató un acusado proceso de erosión diferencial, por el cual las blandas pizarras eran socavadas con mucha mayor velocidad que las duras y ancestrales cuarcitas, generándose, a la vez, extensos depósitos sedimentarios –las rañas– en los extremos del macizo.

El resultado es una sucesión de empinadas y desafiantes sierras coronadas por crestones de cuarcita (con frecuencia acompañados de espectaculares casqueras), que, casi con certeza, conforman el mejor ejemplo del denominado “relieve apalachense” existente en el mundo.

Las Villuercas constituyen un importante nudo hidrográfico, consecuencia en gran medida de las elevadas precipitaciones que recibe el macizo, donde no es infrecuente doblar el volumen de precipitaciones que se recogen en los llanos circundantes. Gracias a ello, la sierra es pródiga en regatos, fuentes y arroyos que alimentan varios grandes cauces hidrológicamente pertenecientes a dos cuencas: la del Tajo (Almonte, Ibor, Viejas…) y la del Guadiana (Ruecas, Guadalupejo, Guadarranque…), todos ellos de enorme valor ambiental y paisajístico.

Exuberancia vegetal

Las generosas precipitaciones, los contrastes entre umbría y solana, las condiciones microclimáticas de muchos enclaves y la intervención humana, han dado origen a un paisaje vegetal a medio camino entre lo agreste y lo cultural, que justifica por sí mismo un detenido acercamiento a estos lugares.

El carácter mediterráneo de los elementos florísticos de Las Villuercas queda de manifiesto por la abundancia de taxones luso-extremadurenses (algunos endémicos) que prosperan por la comarca. No obstante, estas apreturas tienen un cierto carácter de isla bioclimática, que se ve reflejada en la influencia atlántica de varias de sus formaciones vegetales.

El piedemonte de la sierra –que conecta con extensas penillanuras–, así como buena parte de las rañas, aparecen cubiertos por inabarcables encinares, a veces en forma de densas manchas y, más frecuentemente, adehesados. Los encinares penetran hacia el interior de las sierras villuerquinas para ocupar áreas más térmicas o de suelos escasos, dando paso a melojares y alcornocales. Estos aparecen sobre todo en orientaciones de solana y en ciertas umbrías, pero también en las rañas de suelos más frescos, acompañados de un sotobosque de madroños, durillos y labiérnagos.

Ocupando las umbrías surgen extensos melojares con presencia de arce mediterráneo y algunas especies de óptimo atlántico como avellanos, acebos y mostajos. Frecuentemente el piso del robledal es compartido por castaños, una especie que marca cultural, económica y paisajísticamente muchos enclaves de la comarca. El castaño se emplea tanto para obtener fruto como para extraer madera (en este caso los castañares de denominan localmente “paleras”) y su extensión es considerable en la sierra, auspiciada, sin duda, por la mano del hombre. Algunos castañares son de gran antigüedad y existen no pocos ejemplares formidables, como el célebre castaño El Abuelo o el conjunto de árboles monumentales del arroyo Calabazas.

Flanqueando los cursos serranos aparece una rica vegetación riparia que está dominada por las alisedas, fresnedas y saucedas, con frecuencia rodeadas de orlas de espinos y zarzales, que crean un ambiente umbrío donde prosperan hiedras, madreselvas y helechos.

El matorral ocupa inmensas extensiones y, como en el caso de los bosques, también se distribuye dependiendo de las particulares condiciones de insolación y precipitaciones. En las zonas más bajas y en las solanas dominan los jarales y escobonales, que son sustituidos por brezales en áreas más frescas o de mayor altitud. Allí donde las condiciones lo permiten, en umbrías y fondos frescos de valle, encontramos madroñeras con durillo y labiérnago.

Singularidades botánicas

Una de las características más representativas de Las Villuercas es la presencia de numerosas plantas ausentes o muy escasamente representadas en Extremadura. Este es el caso de algunas especies típicamente eurosiberianas ya citadas y también de los carvallos que aparecen entre el melojar, de varias especies de orquídeas y helechos o de endemismos como el cambroño –leguminosa propia de las cresterías ventosas– o algunos brezos.

Sin embargo, quizás las dos singularidades botánicas más notables de Las Villuercas sean los bosques de niebla y los rezumaderos en los que se han generado turberas. Estos últimos aparecen colgados en las laderas y navazos y reciben varias denominaciones locales, como “bohonales” y “tembladeras”. Se trata de lugares que albergan una flora muy singular, con especies como drosera menor, tiraña (ambas plantas carnívoras), brezos de bonal, mansiega, juncos de tremedal y varias orquídeas, además, por descontado, de los musgos del género Sphagnum, responsables de la generación de la turba.

Para terminar con la descripción botánica de esta singular comarca, nada mejor que hablar de los bosques de niebla, auténticas reliquias de la era Terciaria formadas por unos arbolillos de hoja lustrosa y siempre verde –los loros– que vegetan en las más umbrosas y frescas gargantas atrapando las gotas de niebla con su follaje. Loreras como la del arroyo de la Trucha constituyen a todas luces tesoros naturales de incomparable valor.

Fauna de altos vuelos

La enorme diversidad botánica, orográfica y microclimática de Las Villuercas convierte también a estas sierras en un verdadero punto caliente desde el punto de vista zoológico. Es de destacar la bien conservada ictiofauna de los cauces serranos, donde pervive una interesante comunidad de peces autóctonos como barbos, colmillejas, pardillas, bogas y truchas. Entre los anfibios merece la pena destacar la presencia de rana patilarga y tritón ibérico (ambas especies endémicas), en tanto que dentro del grupo de los reptiles encontramos especies como el galápago europeo, la culebra de cogulla, la víbora hocicuda y el lagarto verdinegro, otro endemismo ibérico.

Tal vez sean las aves las especies más conocidas de Las Villuercas, donde habitan numerosas parejas de buitre leonado, buitre negro, águila real, águila-azor perdicera, abejero europeo, culebrera europea, alimoche, halcón peregrino, cigüeña negra, vencejo real, chova piquirroja… a los que se unen también otras especies menos frecuentes como el águila imperial ibérica.

En tiempos recientes estas espesuras fueron el hábitat de lobos y linces. Los primeros desaparecieron en los años 60 del pasado siglo y del segundo sólo nos quedan topónimos, como el pico Cervales o el Collado de los Cervales, que aluden al raro felino. A pesar de estas ausencias, entre los mamíferos de la sierra se cuentan taxones como gato montés, nutria, meloncillo… y una diversa comunidad de quirópteros, que se encuentra entre las más estudiadas de Extremadura.

Protección insuficiente

Ocupadas desde tiempos remotos (como lo demuestran las abundantes pinturas rupestres cobijadas en cuevas y abrigos serranos), las Villuercas desprenden un extraño magnetismo, un atractivo salvaje que se combina con el cuidadoso modelado ejercido por los usos del hombre (olivares de montaña, castañares, cerezos, ganadería extensiva…) para dar lugar a unos paisajes excepcionales.

Fauna y flora sorprendentes, fósiles, pinturas rupestres, usos tradicionales, paisajes grandiosos… todo hace suponer que Las Villuercas disfrutan de elevadas medidas de protección. Nada más lejos de la realidad. Aunque el territorio forma parte de la red Natura 2000 (con varios LIC y la ZEPA) y ha sido recientemente designado por la Unesco como Geoparque, lo cierto es que las amenazas que hipotecan su futuro no han hecho más que aumentar, desde la apertura generalizada de pistas y el trazado de nuevas y sobredimensionadas carreteras a proyectos de parques eólicos, pasando por cuestionables actuaciones de mejora de montes y cauces, proliferación de escombreras por doquier, enfermedades forestales (la seca de los Quercus y la tinta del castaño), la intensificación cinegética –con su corolario de cerramientos y otras lindezas–, los incendios forestales, la desaparición de las prácticas agropecuarias tradicionales o los riesgos del urbanismo salvaje en algunas localidades.

Demasiados problemas para un territorio con unos sobresalientes valores y una proyección de cara a generar una economía sostenible realmente interesante, que alguien debería tomarse en serio antes de que un mal día sea ya demasiado tarde.