En un contexto de agotamiento de los recursos, y búsqueda de elementos cada vez más contaminantes, como indica Naomi Klein en su libro Esto lo cambia todo la economía mundial está pasando de las fuentes convencionales de combustibles fósiles a versiones aún más sucias y peligrosas: el betún de las arenas bituminosas de Alberta (Canadá), el petróleo de las perforaciones en aguas profundas, el gas de la fracturación hidráulica (fracking), etcétera. En un mundo en el que cada vez, de manera más frecuente asistimos a eventos climáticos extremos, como las inundaciones de Pakistan del pasado verano o sequías como las de Madagascar, que le han llevado a ser considerada por las Naciones Unidas como la primera hambruna del cambio climático, hacen ver la importancia de dejar de seguir invirtiendo en combustibles fósiles.

En este sentido, el último informe del IPCC no deja lugar a dudas: sin una reducción inmediata y profunda de las emisiones en todos los sectores, limitar el calentamiento global a 1,5 °C será inalcanzable.

Son varias las medidas y acuerdos que se están realizando a nivel gubernamental para tratar de paliar las consecuencias de la crisis climática, así pues, uno de los hitos históricos se sitúa en 2015 con la firma del acuerdo de París, en el que más de 180 países acordaron la reducción de sus emisiones, para limitar el aumento de la temperatura media mundial a 1,5 ºC con respecto a los niveles preindustriales, reconociendo en este acuerdo, que esto reduciría considerablemente los riesgos y los efectos del cambio climático.

Existe, sin embargo, una relación muy directa entre la crisis climática y el sistema financiero. Sin los préstamos, aseguramientos, financiaciones y acuerdos, no sería posible el desarrollo de los grandes proyectos contaminantes del mundo. La connivencia de bancos, fondos de inversión, fondos de pensiones y mutualistas con las grandes empresas extractivistas es clara.

El último informe Banking on Climate Chaos realizado por organizaciones ambientales como Banktrack, Ran, Sierra Club, Urgewald y apoyado por más de 500 organizaciones en todo el mundo –entre ellas Ecologistas en Acción– indica como desde 2016 –año posterior a la firma del acuerdo de París– los mayores bancos del mundo, invirtieron 4.600 millones de dólares en la industria fósil.

Importe al que habría que sumar el dedicado a la agroindustria o la armamentística, entre otros.

Estos datos nos muestran, que las promesas y los acuerdos firmados, no son suficientes. Si queremos evitar que el incremento de la temperatura media del planeta alcance el 1,5 ºC se hace necesario, primeramente, una desinversión en las industrias más contaminantes, una reinversión hacia la transición ecológica, con una economía más verde ligado a un decrecimiento sostenido para mantener la biodiversidad del planeta y asegurar un sostenimiento de la vida.

¿Por qué el Santander?

Para ilustrar la relación entre la Banca y la crisis climática y socioecológica, hemos elegido estudiar el Banco Santander. Se trata del mayor banco del Estado español -a datos de 2022 gestionaba unos 1.666.012 millones de activo, una cifra mayor al PIB del Estado Español-. Y siendo, por consiguiente, uno de los principales bancos mundiales.

El Banco Santander, fue fundado a mediados del siglo XIX y en su origen estuvo ligado al comercio marítimo a través del puerto de Santander. Cotiza en la Bolsa de Madrid (SAN) y forma parte del IBEX 35 así como del Dow Jones EURO STOXX 50.

Respecto a la propiedad del banco, junto a la familia Botín, fundadora del banco, los principales accionistas son algunos de los mayores fondos de inversión del mundo: sus cinco principales inversores son BlackRock, Vanguard, Dodge & Cox, Norges Bank y Amundi.

Y, a pesar de la gran cantidad de publicidad verde que hace, como veremos en este informe, sigue invirtiendo en negocios que agravan la crisis climática y socioecológica.